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viernes, 14 de agosto de 2015

De un médico a su madre

El Greco: San Lucas evangelista


CARTAS A MARÍA

II 

LUCAS 

Mi señora: 
Al amanecer, Juan me hizo llamar. Anoche te encontrabas débil, te ayudé a recostarte y te ha velado toda la noche. Ojalá me hubiese hecho venir antes. Han estado aquí todos, y por fin he conseguido que se retirasen a comer algo y descansar. Tú estás dormida gracias al remedio que he te he preparado. Sabes que soy hombre de pocas palabras, reflexivo, y que lo mío es observar. Los otros hacen bromas a mi costa; será por deformación profesional, pero no puedo evitar tomar notas y hacer dibujos de lo que acontece, de lo que me contáis. Y así me tienes ante ti, escribiéndote cosas que a mi boca, por timidez o reserva, le cuesta pronunciar. 

María, tu vida en la tierra se apaga. Los chicos me miran suplicantes: “¡haz algo!”. Pero este pobre médico, poco puede hacer ya. Entiendo su impotencia, yo también me siento así, pero es ley de vida. El dolor es grande y cuesta aceptar que te vas, pero todos nos iremos. La buena nueva es que por ti ha entrado la salvación al mundo, y les recuerdo que pronto estaremos juntos de nuevo, contigo y con Jesús en la casa del Padre. Tú lo sabes, y no faltan tus palabras de consuelo hacia nosotros.

¿Me creerás si te digo que me iría contigo? Son tantas las ganas que tengo de conocer a tu hijo… Vine a ti, a vosotros, de la mano de Pablo desde mi Antioquía natal. La primera vez que aparecí en tu hogar, me acogiste como uno más y enseguida me sentí querido por todos. Pablo me hizo conocer una nueva perspectiva de la vida, que mi mente científica no era capaz de explicar, pero que daba sentido a todo. Me hablaba de Jesús, de ti, de el resto y comprendí las escrituras con una nueva luz. A través de Pablo, supe que Dios me quería para Él y no pude sino seguir sus pasos. ¡Ojalá los ojos de Jesús se hubiesen cruzado con los míos hace años! María, me duele la parte de mi vida que he vivido sin tu Hijo. Es verdad que ahora también me duelen mis miserias, pero sé que Él perdona siempre y que jamás se aparta de mi lado.

Sabes que no puedo evitar tener un cariño especial por Pablo, mi querido hermano, por mostrarme el camino hacia la vida eterna. Los viajes apostólicos y persecuciones que hemos sufrido juntos no han hecho sino unirnos más por amor a tu Hijo.

Pero tú, María, has sido tú quien me ha dado a conocer verdaderamente a Jesús. Tú siempre eres el camino para llegar a Él. Ahora se agolpan en mi mente tantos ratos que hemos pasado juntos. Si algo deseaba después de cada viaje era regresar a tu hogar. Siempre tu sonrisa, tu cariño, y adivinar que nos ocurría con solo mirarnos. Contigo nunca he necesitado dar muchas explicaciones, tú siempre te has adelantado a mis necesidades. Siempre la palabra acertada, ese detalle que sabes que podía hacerme sentir mejor y único.
Te decía que lo mío es la observación, pero tú me has enseñado a contemplar. El que observa, comprende. El que contempla, ama. Y por eso, tus ojos contemplativos de madre me han enseñado a querer. Me has descubierto lo que hay de bueno en cada uno y me has enseñado a disculpar.

María, ¿recuerdas nuestros paseos por el lago? Tú me hablabas de Jesús, de José, y yo tomaba notas y hacía dibujos, entre tus risas y observaciones: “el cabello más rizado, la barba más espesa, los ojos más redondos”… Y tú, a cambio, querías aprender las propiedades y los nombres en griego de las plantas, incluso me ayudabas a elaborar ungüentos, y lo hacías muy bien.

También me hablaste de ti, y de las cosas que guardabas en tu corazón. De aquel día, que te visitó el ángel, de tu “hágase”. De fiarte sin saber, de querer lo que Yavé quisiera. De José, el hombre fiel que más y mejor ha sabido querer. De la alegría de Jesús, de sus peripecias de niño. Y del inmenso dolor de entregárselo al Padre de aquel modo. Y me hablaste de perdón, porque incluso los que lo mataron juegan un papel en la historia de la redención. Y entonces, en mi mente, todo encajaba: toda la filosofía, toda la ciencia, la medicina adquiría su verdadero sentido, porque ni la ciencia ni la razón tienen sentido si no se dirigen a Dios.

Y en esta empresa sublime, yo soy el afortunado que ha comprendido el sentido de la vida y de la muerte de mano de la Madre del Hijo de Dios. Este pobre médico es afortunado, y sólo puedo gastar en mi vida en curar el cuerpo y el alma, que es lo más importante, transmitiendo la alegría de la salvación.

Te irás, mi señora, en unas pocas horas. Acuérdate de nosotros en el paraíso, como has hecho en la tierra. Que nunca dejes de enseñarnos a mirar con tus ojos, para contemplar a todos y todo cuanto nos rodea como lo ve Dios. Danos ojos de Madre como los tuyos.

Este pobre médico te suplica que seas tú el alivio y la salvación de mi alma.

Mi señora, este hijo tuyo que te venera, sólo te pide que seas tú quien me espere y me abra la puesta del paraíso, como un día me abriste la puerta de tu casa.
Lucas.

Simone Cantarini, 1648


martes, 25 de marzo de 2014

Asombro de María en la Anunciación


James Tissot: La anunciación

Estaba María santa
contemplando las grandezas
de la que de Dios sería
Madre santa y Virgen bella
el libro en la mano hermosa,
que escribieron los profetas,
cuanto dicen de la Virgen.
¡Oh qué bien que lo contempla!
Madre de Dios y virgen entera,
Madre de Dios, divina doncella.

El Greco: La Anunciación

Bajó del cielo un arcángel,
y haciéndole reverencia,
Dios te salve, le decía,
María, de gracia llena.
Admirada está la Virgen
cuando al Sí de su respuesta
tomó el Verbo carne humana,
y salió el sol de la estrella.
Madre de Dios y virgen entera,
Madre de Dios, divina doncella.

Félix Lope de Vega

Giovanni Battista Tiepolo: La Anunciación, 1725

sábado, 28 de diciembre de 2013

De cómo estaba la luz

Carl Heinrich Bloch: Nacimiento de Cristo
 
El sueño como un pájaro crecía
de luz a luz borrando la mirada;
tranquila y por los ángeles llevada,
la nieve entre las alas descendía.

El cielo deshojaba su alegría,
mira la luz el niño, ensimismada,
con la tímida sangre desatada
del corazón, la Virgen sonreía.

Cuando ven los pastores su ventura,
ya era un dosel el vuelo innumerable
sobre el testuz del toro soñoliento;

y perdieron sus ojos la hermosura,
sintiendo, entre lo cierto y lo inefable,
la luz del corazón sin movimiento.

Luis Rosales 

El Greco: Sagrada Familia.

domingo, 19 de mayo de 2013

"Cuando venga el Paráclito"

El Greco: Pentrecostés, (detalle)

La historia de la Iglesia cristiana comienza con el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Antes de su Ascensión al cielo, nuestro Señor Jesucristo mandó a sus apóstoles que no se apartasen de Jerusalén hasta ser revestidos de poder supremo desde lo alto. Esperando el cumplimiento de esta promesa del Señor, ellos después de rezar eligieron a Matías como el duodécimo apóstol; eligiendo al suplente de Judas, los apóstoles condicionaron que el mismo debía ser testigo de la obra y Resurrección de Cristo. 

En el quincuagésimo día después de la Pascua, en la festividad judía de Pentecostés, que coincidió con un domingo, los apóstoles se reunieron para rezar. Asimismo se encontraba presente junto a ellos la Madre de Dios y algunos otros cristianos, en total 120 personas.

Como a las 9 de la mañana de repente se oyó un ruido parecido al de un viento fuerte, y este sonido llenó la casa del monte Sión donde se hallaban los apóstoles y sobre cada uno de ellos descansó una dividida lengua de fuego. Los apóstoles sintieron una gran animación, esclarecimiento y sed de predicación de la palabra de Dios. Repentinamente obtuvieron la capacidad de expresarse en varios idiomas.
Benjamin West (1738-1820): San pedro predicando en Pentecostés
Para las fiestas de Pascua y Pentecostés, en Jerusalén se reunían los hebreos procedentes de diversos países. Viviendo durante tiempo prolongado fuera de Palestina, olvidaron la lengua hebrea, de suerte que sólo hablaban los idiomas de los países donde moraban permanentemente. Por tanto fueron llamados "helenistas," mientras que los gentiles que fueron convertidos a la fe judía se denominaban "prosélitos".
Para la fiesta de Pascua se juntaron en Jerusalén entre uno y dos millones de ellos. Muchos  notaron el ruido y se reunieron alrededor de la casa donde se encontraban los apóstoles. Éstos salieron y comenzaron su predicación dirigiéndose a cada uno en el idioma de su país. Algunos quedaron asombrados, mientras que otros se burlaban, diciendo: "Están embriagados del vino dulce". Entonces, el Apóstol Pedro, a quien acompañaban los otros once apóstoles, pronunció palabras potentes, diciendo que ellos no estaban embriagados ya que no es más que la hora de la mañana, sino que Dios hizo cumplir la profecía del santo profeta Joel referente al descenso del Espíritu Santo. También Pedro dijo acerca del Salvador, "a Quien vosotros habéis matado, pero Dios Lo ha resucitado, y Él, después de su gloriosa Ascensión, ha enviado al Espíritu Santo."

Los judíos se enternecieron y preguntaban: "¿Qué tenemos que hacer?". El apóstol contestó: "Arrepentíos y recibid el bautismo para la absolución de los pecados, luego obtendréis el don del Espíritu Santo." En aquel día fueron bautizados 3.000 hombres.

(Extraído de primeroscristianos.com)

miércoles, 15 de mayo de 2013

Haciendo historia



Doménico Theotocópoulos, el Greco (1541-1614):

Inmaculada Concepción contemplada por san Juan.
Iglesia de santa Leocadia, Toledo.