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jueves, 23 de julio de 2015

Happy days


Afternoon fun



Amandiño 

 Amando, Amandiño, que eras de Corredoira, 
cómo vuelve esta noche, con qué mágica luz, 
aquel baño silvestre, y nuestras cabriolas 
desnudas por el prado salpicado de bostas, 
y aquella canción tuya, amigo agreste, bucanero de siete años 
-«Ay, ay, ay, bendito es el borracho»-, 
bajando por las hondas carballeiras 
desmedida, insistente y en pelotas. 
De aquel verano todo se ha perdido 
menos aquella hora 
maravillosamente sediciosa. 

 Después tú te quedaste por tu mundo, libre de calendarios; 
yo me adentré en el olor intacto de los nuevos libros. 
De ellos salía el camino que -cursos, gentes ciudades- 
me ha traído hasta esto. 

Y ahora que contemplo mi vida 
y me vienen ganas de darle una limosna,
le pregunto a los años 
qué habrá sido de ti, Amandiño, amigo de un verano; 

qué habrá sido de mí.

Miguel d'Ors


Cold feet

Happy days



The waters fine


viernes, 5 de junio de 2015

Splendor veritatis



Tu rostro, que aparece -un relámpago- y que
desaparece. Muero buscando entre palabras
apagadas un ascua de verdad que ilumine
un instante ese rostro. Haberlo casi visto
-un reflejo en el río- y vivir solamente
para volver a verlo. Que aparece -un relámpago-
y que desaparece. Qué dolor y qué gozo
este mover palabras, materia que se cierra
con espesor de piedra sobre Tu luminosa
permanencia, o que logra un destello, o siquiera
nos permite ese leve temblor de Tu inminencia
bajo la piel de un verso. Es esto la poesía: 
buscar en las palabras, con las palabras, contra
las palabras Tu rostro, que aparece -un relámpago- 
y que desaparece.

Miguel d'Ors


viernes, 4 de abril de 2014

Como en el XX... en todas las cosas



La segunda mitad del siglo xx
era más pertinaz que una sequía
de los años cuarenta.

Tenían -¿como no?-las Cinco Vías
de Tomás, el inmenso aventurero,
tenían los ocasos de Granada, el acorde
de octubre en los hayedos de Zuriza,
tenían a Audrey Hepburn (y a Raquel Welch), tenían
el Cervino, Florencia,
la Sexta Sinfonía de Beethoven,
el cielo azul -que es cielo y es azul-,
el silencioso grito de un minuto cualquiera
de la Madre Teresa de Calcuta...

Tropezaban con Dios en cada cosa:
un niño: Dios; una gaviota: Dios;
una mujer que dice «yo también»:
Dios; un buen verso: Dios. Pero eran ciegos,
sordos, inexplicables, y negaron a Dios como quien niega
el mar o las manzanas.

Miguel d'Ors. 


sábado, 6 de abril de 2013

Madre

Porque así lo quiso tu Hijo.

Alice Havers: María ponderaba todas esas cosas en su corazón, 1888.

III Cantiga 

Eres madre del pan, eres un cuenco 
de leche hospitalaria, bien caliente; 
eres humildemente la cerilla 
que alumbra un apagón 
de cuatro siglos; 
eres la venda justa, eres paisana 
de todo lo que amo. 
La caricia 
candeal de tus manos disuade cada lágrima 
que congelada baja pecho adentro. 

No me niegues a mí tu voz, la chimenea 
de todos los viajeros del invierno.

Miguel d'Ors

viernes, 16 de noviembre de 2012

Abuelo


El abuelo era blanco; conocía
dos cuevas y sabía seguir huellas de lobo.
La abuela era menuda y tibia como un nido:
jugábamos a pájaros con ella.

... Y, alrededor, los dos llevaban como
un contorno de campos y palomas:
cruzaban el umbral y parecía
que con ellos entraba el verano en la casa;
al contarnos los cuentos, en sus voces
oíamos molinos y cuervos alejándose
y hasta en las mismas ropas nos traían
un recuerdo fragante, un recuerdo lluvioso
del heno y la retama...

... Y el abuelo, qué manos de valiente,
qué venas, retorcidas como parras;
las ganas que me daban
de cumplir en un día sesenta y cuatro años
para tener dos manos como aquéllas...

Luego, la abuela, aquellas zapatillas
de nube que llevaba,
aquel ir y venir, como volando,
de la escoba al misal, de sus gallinas
a las sábanas frescas,
de la labor de lana a los geranios,
del pan a las mejillas de sus nietos...
que entonces, suavemente, quedábamos dormidos
creyendo que la abuela no se acostaba nunca.

(Miguel d'Ors)


viernes, 28 de septiembre de 2012

Un gesto de alfarero



Laurits Andersen Ring, (1854– 1933): Herman Käler en su taller

Antepasados

Pudieron ser herreros, mercaderes, pastores,
sastres...  Memoria abajo fueron desvaneciéndose
y yo nada sé de ellos, como el brote más alto
del roble nada sabe de sus viejas raíces.

Pero por ellos vino hasta mi vida
esta sangre —callado y largo río
que ante los pies de Dios tuvo su nacimiento
y en mi pecho se queda remansado—
y a veces, en el aula,
me sorprendo en las manos un gesto de alfarero
o miro al horizonte con ojos de marino
o camino con pasos de leñador.
                               Entonces
me reconozco de ellos.
3-4/IX/1969

Miguel d'Ors, Ciego en Granada, 1975
.

domingo, 4 de marzo de 2012

Elogio de la imperfección

Pintura de Juan Zubieta

Esa vieja cordura los desprecia.
Tontos, enfermos, locos, raros, poquita cosa:
piezas inacabadas.
Pero a Él le sirven todos,
piedras de su Edificio. Algunas veces
los usa como piedras angulares
-véase el Evangelio- y otras veces con ellos
le hace a la Historia vados, aceras, jardincitos,
poyetes en que toman el sol los jubilados.
Nada se desperdicia, ninguno queda fuera.

Quién sabe si por ellos, solamente por ellos,
siguen Aldebarán, y el Cisne y la Vía Láctea
girando en el silencio de las noches. Quién sabe
si a ésos que tienen pájaros
en la cabeza, a aquéllos que están como una cabra,
a los que oyen campanas y nunca saben dónde,
a los que les han dado calabazas…
Él no los ha elegido como Sus proveedores
de materiales para hacer las primaveras.

(Miguel d’Ors 29-I-98)

domingo, 31 de enero de 2010

Menosprecio de corte y de aldea



Moça tan fermosa
non vi por los salones de Llongueras (Coiffeur)
como tú, rusoniana, que entregaste
la mitad de tu reino
y tres horas y cuarto de un otoño
por aquella estudiada,
delicada, difícil, laboriosa
ausencia de peinado.

Botas de ordeñadora Saint-Laurent,
andrajos millonarios por las faldas,
maquillaje que con sutiles artificios
imitaba la falta de maquillaje,
rauda
te vi partir, ya pura Galatea,
por la escondida senda
de tus desaforadas discotecas.

Sintiéndote tan moza y tan garrida,
sintiéndote tan pueblo-pueblo-pueblo,
tan paisana de una vaga mitología
de bieldos, sementeras, cabañuelas y trovos,
tan natural, tan fresca, tan lozana
y tan sencilla como (más o menos)
un pâté d’oignons fumé avec des petits pois à l’armagnac.

Miguel d'Ors

lunes, 7 de septiembre de 2009

Pequeño testamento

Os dejo el río Almofrey, dormido entre zarzas con mirlos,
las hayas de Zuriza, el azul guaraní de las orquídeas,
los rinocerontes, que son como carros de combate,
los flamencos como claves de sol de la corriente,
las avispas, esos tigres condensados,
las fresas vagabundas, los farallones de Maine, el Annapurna,
las cataratas del Niágara con su pose de rubia platino,
los edelweiss prohibidos de Ordesa, las hormigas minuciosas,
la Vía Láctea y los ruyseñores conplidos.

Os dejo las autopistas
que exhalan el verano en la hora despoblada de la siesta,
el Cántico espiritual, los goles de Pelé,
la catedral de Chartres y los trigos ojivales,
los aleluya de oro de los Uffizi,
el Taj Mahal temblando en un estanque,
los autobuses que se bambolean en Sao Paulo y en Mombasa
con racimos de negros y animales felices.

Todo para vosotros, hijos míos.
Suerte de haber tenido un padre rico.

(Miguel d'Ors)

sábado, 20 de junio de 2009

Tesorera del silencio



LAS TRES CANTIGAS

"Reina de los cielos, madre del pan de trigo".
Berceo, Milagros de Nuestra Señora

I
Qué música tus manos, fina corza
del mayo más intacto, qué gesto de azucena,
qué iluminada crece la hierba donde pisas.

Eres la tesorera del silencio,
el sauce que se inclina a toda pena;
eres la que se queda fuera de las palabras;
sólo un nombre ojival puede nombrarte:
madre del pan de trigo, sí. La sombra
de una sonrisa tuya iguala a mil cerezos,
y es que hasta tu sandalia nazarena,
alondra cristalina, arpa de lágrimas.

Vienen del siglo XIII los mejores
ruiseñores y minian tu aleluya.

También aquí mi boca con sus costras,
mi voz, acostumbrada a hurgar entre basuras
con hambres vergonzosas,
intenta un vuelo azul y esta ramera rancia
también te dice Salve.

II
Afuera las cuadrigas, los edictos de mármol,
los corros de reojo, los vivas insurrectos,
pero dentro la cal resplandeciente, el agua
justa en el cantarillo, la alacena sumisa
y un silencio mejor que el de los astros.

Afuera las palabras profundas, el progreso
sin duda, los debates en torno a los debates
y la filología con ropas de virtud,
pero dentro la escoba barriendo unas virutas,
la sonrisa volando sobre el puchero alegre,
la lámpara y su aceite precavido
y un silencio mejor que el de los astros.

Afuera los denarios, la nueva danzarina,
el circo clamoroso y los esclavos,
pero dentro el geranio risueño en su maceta,
el pan y el vino sobre la mesa, las honradas
herramientas, los lienzos en el arca
con membrillos bien sanos
y un silencio mejor que el de los astros.

Afuera las posadas, su tráfico políglota,
la púrpura y el crimen, los remotos
camellos y las jarcias afanosas;
afuera el mundo entero, pero dentro
una niña con gesto de tórtola asustada
que deja su costura de novia,
que sonríe,
que dice inmensamente: Hágase en mí según
tus palabras y vuelve a su silencio,
mejor, mejor, mejor que el de los astros.

III
Eres madre del pan, eres un cuenco
de leche hospitalaria, bien caliente;
eres humildemente la cerilla
que alumbra un apagón
de cuatro siglos;
eres la venda justa, eres paisana
de todo lo que amo.
La caricia
candeal de tus manos disuade cada lágrima
que congelada baja pecho adentro.

No me niegues a mí tu voz, la chimenea
de todos los viajeros del invierno.



De Poesías escogidas de Miguel d'Ors

sábado, 7 de marzo de 2009

Aprovecha tu potencial...

... Que ha costado mucho llegar hasta aquí.

Todo ocurrió para que tú nacieras

Para tu sola vida cuántas vidas
hicieron falta... Piensa las alcobas, las fiestas,
las guerras, las ciudades,
todo lo que es tu ayer secretamente,
la confabulación milenaria que hizo
que tú fueras.


Tu padre —Teruel, Brunete, el Ebro...—
leyendo en la trinchera
hexámetros desbaratados por el fuego
de mortero, tu abuelo por las arduas
alturas de Cerdedo o Pedamúa
con un morral convulso de perdices,
tu bisabuelo en una atardecida
melodiosa de Cuba, mirando el mar Caribe
pero viendo la dolça Catalunya,
«Ferro Velho» posando para un daguerrotipo
con leontina y sombrero y paraguas y puro,
y los Peix, los Vidal, los Estévez, los Orge,
los Pérez, los Rovira..., todos, con sus oficios,
sus barbas, sus mujeres
y sus males, desvaneciéndose en el tiempo,
en la fosa común del olvido... Y avanza,
adéntrate en la niebla de los siglos,
suponte un peregrino
adivinando Astorga allá en la madrugada,
imagínate un moro que, herido, ve alejarse
la fiera polvareda de su hueste,
mira un hombre que extiende en una roca
la fétida pelleja de una loba,
mira los centuriones rutilantes
en torno a la fogata, y Aníbal y Cartago,
y la mujer sangrienta que jadea
pariendo en un brazado de helechos, y el hirsuto
pintor de renos y uros que cambia por seis hachas
medianas una hembra... y todo lo que tuvo
que suceder para que tú nacieras
desde que aquellas Manos amasaron
el limo primigenio. Modelado
también para que de él esta mañana
brotara este poema.

Miguel d'Ors, Punto y aparte.

Ed. La Veleta, Granada, 1992, pp. 47-48