Mostrando entradas con la etiqueta don Álvaro del Portillo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta don Álvaro del Portillo. Mostrar todas las entradas

martes, 17 de mayo de 2011

Tal día como hoy...

... hace 19 años, Juan Pablo II, -hoy beato-, proclamaba beato a Josemaría Escrivá. A los que tuvimos la suerte de estar en Roma ese día, nos emociona volver a ver estas imágenes.

viernes, 8 de abril de 2011

Via Crucis

“El Vía Crucis no es un ejercicio triste. Muchas veces enseñó Mons. Escrivá de Balaguer que la alegría cristiana tiene sus raíces en forma de cruz. Si la Pasión de Cristo es camino de dolor, también es la ruta de la esperanza y de la victoria segura”.

(Mons. Alvaro del Portillo, Prólogo del libro Via Crucis , de san Josemaría.)


El Via Crucis consiste en considerar 14 momentos del camino de Jesús hacia el Calvario el primer Viernes Santo, para meditar los sufrimientos de Jesucristo y unirse interiormente a Él. San Josemaría tenía mucha devoción a esta práctica de piedad, como recuerda Mons. Javier Echevarría.

Tenía devoción al Via Crucis. Nos pareció muy lógico que un año, con ocasión de la fiesta de la Epifanía, pidiese como regalo uno portátil, con el fin de tenerlo a mano y poder contemplar esas escenas de la Pasión que tanto amaba.

He rezado muchas veces las estaciones con él —también se hallaba presente Mons. Álvaro del Portillo—, y he podido observar la piedad con que se arrodillaba después de la enunciación de cada una. Solía considerar esas escenas camino del Calvario todos los viernes, y de modo muy especial los días de la Cuaresma.

Nos incitaba a tener en nuestra mente, como en una película, aquellos momentos en los que se cumple la salvación de la humanidad: de manera que en cualquier coyuntura pudiésemos meternos como un protagonista más en la escena, para arrepentirnos de nuestras faltas, para acompañar a Jesús, para sentir la obligación de ser corredentores.

El 14 de septiembre de 1969, mientras nos mostraba —lleno de sumo respeto— un relicario de la Santa Cruz, nos habló largamente de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor. Recogeré unos párrafos de aquella conversación:
«nosotros amamos —debemos amar— sinceramente la Cruz, porque donde está la Cruz está Cristo con su Amor, con su presencia que lo llena todo... Por eso, hijos, con el espíritu de la Obra, jamás podemos huir de la Cruz, de esta Cruz Santa en la que se encuentra la paz, la alegría, la serenidad, la fortaleza... En este relicario que conservamos aquí, se venera un trozo del Lignum Crucis que se guarda en Santo Toribio de Liébana. Me lo regaló hace muchísimos años el Obispo de León. A mí me molesta que se hable de Cruz como sinónimo de contradicción, de mortificación. La Cruz es algo positivo, desde que Dios quiso entregarnos la verdadera vida por medio de la Cruz... Después de que nos den la bendición, vamos a besar la Cruz, pero diciendo sinceramente que la amamos, porque ya no vemos en la Cruz lo que nos cuesta o lo que nos pueda costar, sino la alegría de poder darnos, despojándonos de todo para encontrar todo el amor de Dios... Debajo de este relicario hice poner: iudaeis quidem scandalum, gentibus autem stultitiam! ["para los judíos, escándalo; para los gentiles, locura": 1 Corintios 1,23], porque para los incapacitados, la Cruz es escandalosa e incomprensible».
En 1970, nos empujaba:
«sólo si nos unimos continuamente a la Pasión de Jesucristo, sabremos ser instrumentos útiles en la tierra, aunque estemos llenos de miserias».
Es imposible agotar las múltiples y numerosísimas consideraciones que hizo; pero pienso que, de algún modo, resume su unión al Sacrificio de la Cruz lo que le oí en la Semana Santa de aquel año:
«la Pasión del Señor: de ahí nos viene toda la fuerza. Cuando pienso en la Pasión de Jesucristo, me viene enseguida a la cabeza lo que he hecho yo en estos cuarenta y dos años de mi vida en el Opus Dei, y en aquellos otros en los que Él me preparaba antes de comenzar. Y me veo nada, y menos que nada: sólo he sido un estorbo. Por eso, cada día siento la necesidad de hacerme pequeño, muy pequeño en las manos de Dios. De este modo me consuelo con lo que he escrito tantas veces: ¿qué hace un pequeño? Entrega a su padre un soldado descabezado, un carrete viejo, una bola de cristal de botella. Pues yo lo mismo: lo poco que tengo quiero darlo enteramente y de verdad. Así, mi poquedad, fundida con la Pasión de Cristo, tiene toda la eficacia redentora y salvadora: ¡nada se pierde!»
(Javier Echevarría y Salvador Bernal, Memoria del Beato Josemaría Escrivá, Madrid 2000)

jueves, 25 de junio de 2009

Siervo bueno y fiel

Así era como definía san Josemaría a don Álvaro del Portillo.
También le llamaba Saxum, (roca) y le dedicó estas palabras:

"Saxum! ¡qué blanco veo el camino —largo— que te queda por recorrer! Blanco y lleno, como campo cuajado. ¡Bendita fecundidad de apóstol, más hermosa que todas las hermosuras de la tierra! Saxum!"

Si hoy lo traigo a colación es porque es el aniversario de su ordenación sacerdotal. Junto a don José Luis Muzquiz y don José Mª Hernández de Garnica fueron los tres primeros fieles del Opus Dei en ordenarse sacerdotes, en 1944.

Fue el primer sucesor de san Josemaría, y primer Prelado de la Obra.


Don Álvaro, junto con Juan Pablo II son las dos únicas personas que he conocido personalmente y que están en proceso de canonización. A los dos los conocí en mi adolescencia, y los dos dejaron huella en mi alma.


Don Álvaro tenía una mirada clara, te miraba con esa cara de padre bueno que arrastraba. Si cuando estaba entre nosotros, mi comunicación con él era epistolar, tras su marcha al cielo, pasó a ser personal. Le trato como a un padre que siempre va conmigo, que me acompaña por la vida.


Siempre me gustó esta foto, en la que san Josemaría le aplaude. Creo que la fotografía fue tomada en Sudamérica, y ese día se celebraba su santo. Ante su sonrojo, san Josemaría pidió un aplauso para él.

A este padre, bueno y fiel, le pido para que todos seamos siquiera un poquito como él.