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lunes, 1 de mayo de 2017
lunes, 2 de mayo de 2016
jueves, 7 de abril de 2016
martes, 8 de marzo de 2016
Mujer
Cuando la mujer mira a María, el mundo se humaniza; la humanidad se dignifica. No hay más. Ahí reside el secreto de la verdadera “liberalización de la mujer”.
Flaco favor nos ha hecho el movimiento feminista histórico. Desde finales del siglo XVIII existe una lucha incesante por instaurar la idea de la mal llamada y mal entendida igualdad entre hombres y mujeres que hoy, a comienzos del siglo XXI nos ha llevado a anular la esencia femenina. Hombres y mujeres somos iguales, sí, iguales en dignidad. En la dignidad que nos confiere ser hijos de Dios. Y gracias a Él, distintos en muchos aspectos: físico, psicológico, biológico…
Si alguna institución es consciente del valor fundamental que tenemos las mujeres en la sociedad, esa es la Iglesia Católica. Jesús de Nazareth es el primero que da a la mujer el valor que se merece. Para empezar, de los infinitos modos que Dios podría haber elegido para redimirnos, quiso hacerlo encarnándose en el vientre de una mujer.
Es en las mujeres en quién Jesús se apoya tantas veces, no hay más que leer los evangelios. Son las mujeres las que permanecen al pie de la cruz en el momento de la crucifixión. Y es a una mujer a quien primero le revela Jesús que ha resucitado.
A lo largo de la historia tenemos cientos de ejemplos de instituciones
cristianas cuyos miembros han dejado su vida en tierras de misión o zonas desfavorecidas, poniendo sus talentos y formación al servicio de la capacitación de la mujer para que puedan ser independientes social y económicamente. La formación es libertad.
En la Virgen María tenemos el modelo de mujer. Y el demonio lo sabe, por eso la odia, y de ahí el afán de destruir en nosotras todo lo que pueda hacernos similares a Ella.
Corrientes culturales, el mundo de la moda, nos empujan a alejarnos de todo aquello que nos es intrínseco, haciéndonos caer por una pendiente, hasta el punto de que todo lo bueno y bello es denostado. Algunos incluso, llegan a utilizar la palabra Virgen como un insulto. Y la sociedad ha picado el anzuelo.
Se nos ha pretendido engañar, ofreciendo como liberalizador la elección de tener o no hijos y el momento en que debe hacerse. Arrancando algo tan esencial a la mujer como es la maternidad. Políticas antinatalistas y cultura de muerte ofrecen como normal algo tan antinatural como es cegar la fuente de la vida o terminar con ella.
Hoy, que se celebra el día internacional de la mujer, y porque quiero ser verdaderamente libre, le pido a María, -nuestra Madre-, que todas sepamos parecernos a Ella.
Pilar M-T.
jueves, 3 de diciembre de 2015
sábado, 15 de agosto de 2015
Cartas a María, III
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Fernando Yáñez de la Almedina (1505-1537): Tránsito de la Virgen |
III
PEDRO
Mi madre, dulce madre, mi refugio:
No quería pensar en que llegaría este momento, pero ya no hay vuelta atrás. El aplomo de Lucas y el misericordioso Juan nos dicen que estemos tranquilos, que pronto estaremos todos juntos. Y en el fondo lo sé, pero me hierve la sangre al pensar en mi vida sin ti.
Jesús quiso llamarme “roca”, pero yo no podía serlo sin ti, que eres mi fortaleza. Madre, me conociste impetuoso, hiperlocuaz, impaciente, “mete patas”, irreflexivo… y tú supiste con comprensión y cariño enseñarme a luchar por convertir mis defectos en virtudes. Tus ojos de Madre me veían audaz, verbilocuente, divertido… una joya en bruto. Me fuiste corrigiendo de modo inadvertido para mí. Si tu hijo quiso verme como roca, es por lo que tú hiciste en mi alma.
Siempre has estado ahí para mí, como si no tuvieses a nadie más que atender, como si fuese tu hijo único. Mi carácter primario me ha hecho meter la pata tantas veces… y cuando era consciente de lo que había dicho o hecho, tú consolabas mi pena, me hacías rectificar y me enseñaste a pedir perdón.
En el momento más aciago de mi vida, me rescataste de la angustia. Fui capaz de negar a Jesús. Os dejé solos. Te dejé sola, con algunas mujeres y con Juan. El que se supone que debía estar ahí, en el momento más duro, abandonó. No supe estar a tu lado cuando pasabas por lo más duro que una madre puede pasar. Tu hijo, el hijo de Dios, tratado hasta la muerte como un criminal. Huí, tuve miedo, lo tiré todo por la borda y arrastré a los demás. Y cuando todo pasó, me buscaste, recompusiste mi alma. Yo lloraba como un niño pequeño entre tus brazos. Y tú sólo tenías palabras de aliento, a pesar de tener el corazón roto por el dolor. Me recordabas las palabras de Isaías: “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo humeante”. Dios perdona siempre, se trata de pedir perdón y recomenzar. Y gracias a ti, recomencé con más ímpetu. Ahora sé que nadie está perdido y que siempre es tiempo de volver a empezar.
Muchas veces te he manifestado mi asombro: ¿cómo es posible que Dios haya pensado en este bruto pescador como jefe de su rebaño? Y tú siempre dices que “Él escoge a los humildes para confundir a los sabios”. María, yo no soy sabio, sólo sé que quiero ser fiel y servir a Dios hasta mi último aliento. Paso horas recogido en oración porque si no, este pobre pecador sería incapaz de llevar a cabo su misión.
Madre, ¿cómo podré vivir sin ti? No dejes de guiarme cuando no estés en esta tierra, no me dejes nunca. No sé lo que me deparará el futuro, donde me llevarán las necesidades de mis hermanos, pero no me sueltes nunca de la mano. Sigue susurrándome el mejor modo de obrar para que todos vayan con Pedro, por ti, hacia Jesús.
Jesús quiso llamarme “roca”, pero yo no podía serlo sin ti, que eres mi fortaleza. Madre, me conociste impetuoso, hiperlocuaz, impaciente, “mete patas”, irreflexivo… y tú supiste con comprensión y cariño enseñarme a luchar por convertir mis defectos en virtudes. Tus ojos de Madre me veían audaz, verbilocuente, divertido… una joya en bruto. Me fuiste corrigiendo de modo inadvertido para mí. Si tu hijo quiso verme como roca, es por lo que tú hiciste en mi alma.
Siempre has estado ahí para mí, como si no tuvieses a nadie más que atender, como si fuese tu hijo único. Mi carácter primario me ha hecho meter la pata tantas veces… y cuando era consciente de lo que había dicho o hecho, tú consolabas mi pena, me hacías rectificar y me enseñaste a pedir perdón.
En el momento más aciago de mi vida, me rescataste de la angustia. Fui capaz de negar a Jesús. Os dejé solos. Te dejé sola, con algunas mujeres y con Juan. El que se supone que debía estar ahí, en el momento más duro, abandonó. No supe estar a tu lado cuando pasabas por lo más duro que una madre puede pasar. Tu hijo, el hijo de Dios, tratado hasta la muerte como un criminal. Huí, tuve miedo, lo tiré todo por la borda y arrastré a los demás. Y cuando todo pasó, me buscaste, recompusiste mi alma. Yo lloraba como un niño pequeño entre tus brazos. Y tú sólo tenías palabras de aliento, a pesar de tener el corazón roto por el dolor. Me recordabas las palabras de Isaías: “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo humeante”. Dios perdona siempre, se trata de pedir perdón y recomenzar. Y gracias a ti, recomencé con más ímpetu. Ahora sé que nadie está perdido y que siempre es tiempo de volver a empezar.
Muchas veces te he manifestado mi asombro: ¿cómo es posible que Dios haya pensado en este bruto pescador como jefe de su rebaño? Y tú siempre dices que “Él escoge a los humildes para confundir a los sabios”. María, yo no soy sabio, sólo sé que quiero ser fiel y servir a Dios hasta mi último aliento. Paso horas recogido en oración porque si no, este pobre pecador sería incapaz de llevar a cabo su misión.
Madre, ¿cómo podré vivir sin ti? No dejes de guiarme cuando no estés en esta tierra, no me dejes nunca. No sé lo que me deparará el futuro, donde me llevarán las necesidades de mis hermanos, pero no me sueltes nunca de la mano. Sigue susurrándome el mejor modo de obrar para que todos vayan con Pedro, por ti, hacia Jesús.
Tu hijo que te necesita más que nunca,
Pedro.
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Arístides Artal: San Pedro. Retablo de la iglesia del Señor san José de Sevilla, |
viernes, 14 de agosto de 2015
De un médico a su madre
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El Greco: San Lucas evangelista |
CARTAS A MARÍA
II
LUCAS
Mi señora:
Al amanecer, Juan me hizo llamar. Anoche te encontrabas débil, te ayudé a recostarte y te ha velado toda la noche. Ojalá me hubiese hecho venir antes. Han estado aquí todos, y por fin he conseguido que se retirasen a comer algo y descansar.
Tú estás dormida gracias al remedio que he te he preparado. Sabes que soy hombre de pocas palabras, reflexivo, y que lo mío es observar. Los otros hacen bromas a mi costa; será por deformación profesional, pero no puedo evitar tomar notas y hacer dibujos de lo que acontece, de lo que me contáis. Y así me tienes ante ti, escribiéndote cosas que a mi boca, por timidez o reserva, le cuesta pronunciar.
María, tu vida en la tierra se apaga. Los chicos me miran suplicantes: “¡haz algo!”. Pero este pobre médico, poco puede hacer ya. Entiendo su impotencia, yo también me siento así, pero es ley de vida. El dolor es grande y cuesta aceptar que te vas, pero todos nos iremos. La buena nueva es que por ti ha entrado la salvación al mundo, y les recuerdo que pronto estaremos juntos de nuevo, contigo y con Jesús en la casa del Padre. Tú lo sabes, y no faltan tus palabras de consuelo hacia nosotros.
¿Me creerás si te digo que me iría contigo? Son tantas las ganas que tengo de conocer a tu hijo… Vine a ti, a vosotros, de la mano de Pablo desde mi Antioquía natal. La primera vez que aparecí en tu hogar, me acogiste como uno más y enseguida me sentí querido por todos. Pablo me hizo conocer una nueva perspectiva de la vida, que mi mente científica no era capaz de explicar, pero que daba sentido a todo. Me hablaba de Jesús, de ti, de el resto y comprendí las escrituras con una nueva luz. A través de Pablo, supe que Dios me quería para Él y no pude sino seguir sus pasos. ¡Ojalá los ojos de Jesús se hubiesen cruzado con los míos hace años! María, me duele la parte de mi vida que he vivido sin tu Hijo. Es verdad que ahora también me duelen mis miserias, pero sé que Él perdona siempre y que jamás se aparta de mi lado.
Sabes que no puedo evitar tener un cariño especial por Pablo, mi querido hermano, por mostrarme el camino hacia la vida eterna. Los viajes apostólicos y persecuciones que hemos sufrido juntos no han hecho sino unirnos más por amor a tu Hijo.
Pero tú, María, has sido tú quien me ha dado a conocer verdaderamente a Jesús. Tú siempre eres el camino para llegar a Él. Ahora se agolpan en mi mente tantos ratos que hemos pasado juntos. Si algo deseaba después de cada viaje era regresar a tu hogar. Siempre tu sonrisa, tu cariño, y adivinar que nos ocurría con solo mirarnos. Contigo nunca he necesitado dar muchas explicaciones, tú siempre te has adelantado a mis necesidades. Siempre la palabra acertada, ese detalle que sabes que podía hacerme sentir mejor y único.
Te decía que lo mío es la observación, pero tú me has enseñado a contemplar. El que observa, comprende. El que contempla, ama. Y por eso, tus ojos contemplativos de madre me han enseñado a querer. Me has descubierto lo que hay de bueno en cada uno y me has enseñado a disculpar.
María, ¿recuerdas nuestros paseos por el lago? Tú me hablabas de Jesús, de José, y yo tomaba notas y hacía dibujos, entre tus risas y observaciones: “el cabello más rizado, la barba más espesa, los ojos más redondos”… Y tú, a cambio, querías aprender las propiedades y los nombres en griego de las plantas, incluso me ayudabas a elaborar ungüentos, y lo hacías muy bien.
También me hablaste de ti, y de las cosas que guardabas en tu corazón. De aquel día, que te visitó el ángel, de tu “hágase”. De fiarte sin saber, de querer lo que Yavé quisiera. De José, el hombre fiel que más y mejor ha sabido querer. De la alegría de Jesús, de sus peripecias de niño. Y del inmenso dolor de entregárselo al Padre de aquel modo. Y me hablaste de perdón, porque incluso los que lo mataron juegan un papel en la historia de la redención. Y entonces, en mi mente, todo encajaba: toda la filosofía, toda la ciencia, la medicina adquiría su verdadero sentido, porque ni la ciencia ni la razón tienen sentido si no se dirigen a Dios.
Y en esta empresa sublime, yo soy el afortunado que ha comprendido el sentido de la vida y de la muerte de mano de la Madre del Hijo de Dios. Este pobre médico es afortunado, y sólo puedo gastar en mi vida en curar el cuerpo y el alma, que es lo más importante, transmitiendo la alegría de la salvación.
Te irás, mi señora, en unas pocas horas. Acuérdate de nosotros en el paraíso, como has hecho en la tierra. Que nunca dejes de enseñarnos a mirar con tus ojos, para contemplar a todos y todo cuanto nos rodea como lo ve Dios. Danos ojos de Madre como los tuyos.
Este pobre médico te suplica que seas tú el alivio y la salvación de mi alma.
Mi señora, este hijo tuyo que te venera, sólo te pide que seas tú quien me espere y me abra la puesta del paraíso, como un día me abriste la puerta de tu casa.
¿Me creerás si te digo que me iría contigo? Son tantas las ganas que tengo de conocer a tu hijo… Vine a ti, a vosotros, de la mano de Pablo desde mi Antioquía natal. La primera vez que aparecí en tu hogar, me acogiste como uno más y enseguida me sentí querido por todos. Pablo me hizo conocer una nueva perspectiva de la vida, que mi mente científica no era capaz de explicar, pero que daba sentido a todo. Me hablaba de Jesús, de ti, de el resto y comprendí las escrituras con una nueva luz. A través de Pablo, supe que Dios me quería para Él y no pude sino seguir sus pasos. ¡Ojalá los ojos de Jesús se hubiesen cruzado con los míos hace años! María, me duele la parte de mi vida que he vivido sin tu Hijo. Es verdad que ahora también me duelen mis miserias, pero sé que Él perdona siempre y que jamás se aparta de mi lado.
Sabes que no puedo evitar tener un cariño especial por Pablo, mi querido hermano, por mostrarme el camino hacia la vida eterna. Los viajes apostólicos y persecuciones que hemos sufrido juntos no han hecho sino unirnos más por amor a tu Hijo.
Pero tú, María, has sido tú quien me ha dado a conocer verdaderamente a Jesús. Tú siempre eres el camino para llegar a Él. Ahora se agolpan en mi mente tantos ratos que hemos pasado juntos. Si algo deseaba después de cada viaje era regresar a tu hogar. Siempre tu sonrisa, tu cariño, y adivinar que nos ocurría con solo mirarnos. Contigo nunca he necesitado dar muchas explicaciones, tú siempre te has adelantado a mis necesidades. Siempre la palabra acertada, ese detalle que sabes que podía hacerme sentir mejor y único.
Te decía que lo mío es la observación, pero tú me has enseñado a contemplar. El que observa, comprende. El que contempla, ama. Y por eso, tus ojos contemplativos de madre me han enseñado a querer. Me has descubierto lo que hay de bueno en cada uno y me has enseñado a disculpar.
María, ¿recuerdas nuestros paseos por el lago? Tú me hablabas de Jesús, de José, y yo tomaba notas y hacía dibujos, entre tus risas y observaciones: “el cabello más rizado, la barba más espesa, los ojos más redondos”… Y tú, a cambio, querías aprender las propiedades y los nombres en griego de las plantas, incluso me ayudabas a elaborar ungüentos, y lo hacías muy bien.
También me hablaste de ti, y de las cosas que guardabas en tu corazón. De aquel día, que te visitó el ángel, de tu “hágase”. De fiarte sin saber, de querer lo que Yavé quisiera. De José, el hombre fiel que más y mejor ha sabido querer. De la alegría de Jesús, de sus peripecias de niño. Y del inmenso dolor de entregárselo al Padre de aquel modo. Y me hablaste de perdón, porque incluso los que lo mataron juegan un papel en la historia de la redención. Y entonces, en mi mente, todo encajaba: toda la filosofía, toda la ciencia, la medicina adquiría su verdadero sentido, porque ni la ciencia ni la razón tienen sentido si no se dirigen a Dios.
Y en esta empresa sublime, yo soy el afortunado que ha comprendido el sentido de la vida y de la muerte de mano de la Madre del Hijo de Dios. Este pobre médico es afortunado, y sólo puedo gastar en mi vida en curar el cuerpo y el alma, que es lo más importante, transmitiendo la alegría de la salvación.
Te irás, mi señora, en unas pocas horas. Acuérdate de nosotros en el paraíso, como has hecho en la tierra. Que nunca dejes de enseñarnos a mirar con tus ojos, para contemplar a todos y todo cuanto nos rodea como lo ve Dios. Danos ojos de Madre como los tuyos.
Este pobre médico te suplica que seas tú el alivio y la salvación de mi alma.
Mi señora, este hijo tuyo que te venera, sólo te pide que seas tú quien me espere y me abra la puesta del paraíso, como un día me abriste la puerta de tu casa.
Lucas.
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Simone Cantarini, 1648 |
jueves, 13 de agosto de 2015
Cartas a María, I
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Hugo Van der Goes: Dormición de la Virgen, 1480. |
CARTAS A MARÍA
I
JUAN
Madre, mirándote ahora, tendida en tu lecho, me parece mentira cómo ha pasado el tiempo. Dicen que yo era el discípulo que tu hijo amaba. Pero aunque los demás no lo sepan, también soy el que más amas tú. O quizá, con la perspectiva que me dan los años, me doy cuenta de esa capacidad que tenéis las madres para conseguir que cada hijo se sienta único y el más querido.
Siempre he pensado que conectábamos tanto porque teníamos en común el haberle dicho “Sí” a Dios a primera hora. Pronto te supiste elegida desde toda la eternidad, y algo así me ocurrió a mí. Por eso nunca dudé de mi llamada y me lancé a seguir a Jesús desde muy jovencito.
María, nos tienes aquí reunidos a los primeros seguidores de Jesús, a los que dejamos las redes y le seguimos. ¡Hemos vivido tantas cosas juntos! No imaginas cómo ansiaba volver a tu casa con Jesús después de tantos días por esos caminos hablando a las gentes de Dios. Regresar al hogar de Nazaret ha sido para mí la antesala del Cielo. Lo más parecido al paraíso. En este hogar sencillo se respiraba paz porque estabas tú, esperándonos como sólo sabe hacerlo una madre. Has sabido hacernos descansar. Nos escuchabas atentamente, te alegrabas cada vez que se nos unía más gente. También podía ver tu cara de dolor cuando recibías la noticia de que tu Jesús no era bien recibido en algún sitio. Ahora comprendo que esa era la espada que traspasaba tu alma.
Lo que más nos unió fue aquel día a los pies de la cruz. ¿Cómo no iba a estar allí, a tu lado?
Madre, yo no entendía nada. Miles de ideas se me agolpaban en la cabeza: ¿cómo es posible que yo hubiese entregado mi vida a un Dios, a un ideal, cuyo hijo pendía ahora de una cruz como un vil malhechor? ¿Y si todo había sido un fraude? Pero tu mirada, a pesar del infinito dolor, me transmitía esperanza. Tus ojos me pedían que esperase, que confiase, que renovase una vez más ese “fiat” que he venido repitiendo cada día de mi vida. Y me fié. Por ti me fié, por ti esperé. ¡Y vaya si tuvimos recompensa!
Las palabras agonizantes de Jesús aquel día me parecieron de lo más normal: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre”. Jamás te hubiese dejado, María. Pienso que Jesús sólo quiso confirmar lo que debía hacer yo, y constatar esa herencia que ha dejado a toda la humanidad, que es el que seas la MADRE de todos nosotros.
Madre, siempre me he sentido un privilegiado. No me cabe duda de que nuestra lucha, y la sangre derramada por tu hijo va a dar frutos de eternidad. Sé que esta siembra de amor durará mientras haya hombres en la tierra. Pero el Altísimo quiso contarme entre los primeros. Por ti ha entrado la salvación al mundo, y no sabes cómo me sobrepasa el estar viviendo contigo. Serán millones los que en un futuro te llamarán Madre, pero soy yo quien está en tu casa. Los demás me dicen que soy afortunado por poder cuidarte. Incluso ahora, en estos momentos de dolor en que es inminente tu partida al Cielo, me miran con envidia. Yo, un humilde pescador, cuyo único mérito ha sido seguir a tu hijo desde mi adolescencia, desde el instante en que noté que posaba sobre mí su mirada. Madre, daría mil vidas que tuviese por volver a estar en este hogar contigo. ¿Cómo podré pagar a Dios todo el bien que me ha hecho?
Eres la mujer eucarística, el primer sagrario. Esto se contará a lo largo de los siglos, pero soy yo quien está contigo. Sí, eres vaso sagrado. Y por eso Dios te quiere en cuerpo y alma en el Cielo. Quien llevó en su seno al Hijo de Dios, es lógico que vuelva al seno de Dios.
Cuando subas al Padre, le contaré a todos que no nos dejas solos, que podemos acudir a ti, incluso más que ahora: siempre. Y ahí estarás tú, contándole a Dios cosas bonitas de nosotros. Y nos seguirás mirando con mirada de Madre. Y que como hiciste conmigo, nos llevarás a todos de tu mano hacia tu hijo, siempre que no queramos soltarla. Especialmente a todos los que como tú y como yo quisieron que su libertad fuese decirle “Sí” a Dios desde primera hora.
Juan.
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Paolo Veronese (1585-1587) |
lunes, 13 de julio de 2015
Borges y un Ave María
(Autor: Pablo Caruso, en lagaceta.es).
Doña Leonor, madre de J.L. Borges:
-"Hijo, ¿qué es eso que he oído por ahí, que eres agnóstico?
¿De verdad dudas de la existencia de Dios?".
El escritor se percató de que sus dudas de fe hacían sufrir a la persona que más amaba, su madre.
Alguien que conozco dice que la duda es la jactancia de los intelectuales. Supongo que lo pensó después de haber oído a Jorge Luis Borges, cuando alguna vez se le preguntaba sobre la vida después de la muerte.
Borges, al menos es lo que decía, dudaba de la trascendencia del hombre. La duda es uno de los nombres de la inteligencia. No afirmo ni niego, pero espero que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno, respondía. Y se quedaba tan campante.
Eran frases de una personalidad magnética, brillante y contradictoria que hacían las delicias de los habitantes de ciertos cenáculos. ¿Y qué puede decirnos Borges sobre las drogas? ¿Probó alguna sustancia prohibida? Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son El Quijote, La Divina Comedia y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente.
Ácido y ríspido. Los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles, decía en alguna ocasión, lo cual le trajo alguna humillación laboral. Así era Borges.
En algún momento, este genial escritor de la lengua castellana del siglo XX se percató de que algunas afirmaciones referentes a la fe hacían sufrir a la persona que más amó en este mundo: su madre.
Doña Leonor Acevedo era una dama dotada de un ingenio y una picardía —de la buena— que heredó y cultivó con entusiasmo su hijo. Él veneraba a su madre y sufría lo indecible cuando algo o alguien molestaba la tranquilidad de doña Leonor. Eran años de cobardes bombas y amenazas perturbadoras.
El teléfono sonó a horas angustiantes: “Te vamos a matar a vos y a tu hijo”, dijo la voz. Doña
Leonor, ya postrada, le dijo con toda tranquilidad: Vea señor, tengo más de 90 años y si no se apura en cumplir su amenaza, por ahí me muero antes. Y se quedó en paz.
Sin embargo, hubo una vez que el espíritu de doña Leonor se inquietó. Aunque lo sabía, escuchar de los labios de su hijo que se declaraba agnóstico hizo que su corazón le advirtiera de una amenaza mucho más letal que una bomba. La salvación eterna de su hijo la perturbaba. Tenía que hacer algo. Y lo hizo.
A veces, muy de vez en cuando, en el lugar y tiempo menos pensado, el escriba se encuentra una “estrella en el aljibe”, como decía un maestro de periodistas. No sé yo si éste es el caso, pero quiero contarlo. El que esto escribe fue a visitar a su anciano amigo sacerdote, cuyo corazón ya está muy gastado: apenas le quedan unos latidos y los utiliza para seguir rezando a fin de terminar el “buen combate”. "No estoy retirado", me aclaró.
Un sacerdote nunca se retira, sino que está junto con otros hermanos sacerdotes, en una casa muy acogedora, esperando impaciente ver el rostro de su Señor.
La sombra relajante del frondoso tilo hizo más fácil la deliciosa conversación o monólogo —en mi beneficio, claro está— de este hombre de Dios.
Tampoco sabría yo precisar por qué derivó la conversación hacia la madre del mundialmente celebrado escritor argentino. ¿Sabes?, me dijo mi amigo, "me gustaría que lo cuentes". "Hazlo con delicadeza, pero cuéntalo". Ella, doña Leonor, amaba a ese hijo y su primera preocupación era su alma, por tanto, rezó mucho por este asunto. Un día decidió sacar este tema. "Hijo, ¿qué es eso que he oído por ahí, que eres agnóstico? ¿De verdad dudas de la existencia de Dios?".
La directa pregunta de doña Leonor logró hacer tartamudear más de lo habitual al escritor, eterno candidato al premio Nobel de Literatura.
- "Lo que pasa, madre, es que el infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto", respondió el autor del El Aleph.
Entonces, doña Leonor le tomó la mano y le susurró:
- "Prométeme que recitarás un Ave María todas las noches. Te pido que lo hagas cuando te retires a dormir. Hazlo, aunque yo no esté físicamente a tu lado, como si me dieras a mí el beso de las buenas noches".
- "Sabes, madre, yo creo que es mejor pensar que Dios no acepta sobornos".
Doña Leonor se quedó un rato en silencio.
- "Entonces, tengo que admitir que me has sobornado muchas veces". "Lo has hecho cuando me dabas un beso antes de pedirme algo que querías".
Borges sonrió.
Tiempo después, el escritor admitió a un amigo suyo que, por amor a su madre, nunca se había olvidado de recitar todas las noches esa sencilla oración mariana. Jorge Luis Borges murió en Ginebra el 14 de junio de 1986, a los 87 años. Ante la sorpresa de las pocas personas que le rodeaban en su lecho de muerte, pidió ver a un sacerdote católico. Así se hizo. Esto que hoy cuento ocurrió hace algunos años. Mi anciano amigo sacerdote nunca me dijo cuándo lo debía contar. Quiero hacerlo hoy y no sé por qué. Voces y caras extrañas vendrán seguramente a desmentirme… ¿Y qué?
Borges, al menos es lo que decía, dudaba de la trascendencia del hombre. La duda es uno de los nombres de la inteligencia. No afirmo ni niego, pero espero que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno, respondía. Y se quedaba tan campante.
Eran frases de una personalidad magnética, brillante y contradictoria que hacían las delicias de los habitantes de ciertos cenáculos. ¿Y qué puede decirnos Borges sobre las drogas? ¿Probó alguna sustancia prohibida? Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son El Quijote, La Divina Comedia y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente.
Ácido y ríspido. Los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles, decía en alguna ocasión, lo cual le trajo alguna humillación laboral. Así era Borges.
En algún momento, este genial escritor de la lengua castellana del siglo XX se percató de que algunas afirmaciones referentes a la fe hacían sufrir a la persona que más amó en este mundo: su madre.
Doña Leonor Acevedo era una dama dotada de un ingenio y una picardía —de la buena— que heredó y cultivó con entusiasmo su hijo. Él veneraba a su madre y sufría lo indecible cuando algo o alguien molestaba la tranquilidad de doña Leonor. Eran años de cobardes bombas y amenazas perturbadoras.
El teléfono sonó a horas angustiantes: “Te vamos a matar a vos y a tu hijo”, dijo la voz. Doña
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"El alma de María". Méjico, s. XIX. |
Sin embargo, hubo una vez que el espíritu de doña Leonor se inquietó. Aunque lo sabía, escuchar de los labios de su hijo que se declaraba agnóstico hizo que su corazón le advirtiera de una amenaza mucho más letal que una bomba. La salvación eterna de su hijo la perturbaba. Tenía que hacer algo. Y lo hizo.
A veces, muy de vez en cuando, en el lugar y tiempo menos pensado, el escriba se encuentra una “estrella en el aljibe”, como decía un maestro de periodistas. No sé yo si éste es el caso, pero quiero contarlo. El que esto escribe fue a visitar a su anciano amigo sacerdote, cuyo corazón ya está muy gastado: apenas le quedan unos latidos y los utiliza para seguir rezando a fin de terminar el “buen combate”. "No estoy retirado", me aclaró.
Un sacerdote nunca se retira, sino que está junto con otros hermanos sacerdotes, en una casa muy acogedora, esperando impaciente ver el rostro de su Señor.
La sombra relajante del frondoso tilo hizo más fácil la deliciosa conversación o monólogo —en mi beneficio, claro está— de este hombre de Dios.
Tampoco sabría yo precisar por qué derivó la conversación hacia la madre del mundialmente celebrado escritor argentino. ¿Sabes?, me dijo mi amigo, "me gustaría que lo cuentes". "Hazlo con delicadeza, pero cuéntalo". Ella, doña Leonor, amaba a ese hijo y su primera preocupación era su alma, por tanto, rezó mucho por este asunto. Un día decidió sacar este tema. "Hijo, ¿qué es eso que he oído por ahí, que eres agnóstico? ¿De verdad dudas de la existencia de Dios?".
La directa pregunta de doña Leonor logró hacer tartamudear más de lo habitual al escritor, eterno candidato al premio Nobel de Literatura.
- "Lo que pasa, madre, es que el infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto", respondió el autor del El Aleph.
Entonces, doña Leonor le tomó la mano y le susurró:
- "Prométeme que recitarás un Ave María todas las noches. Te pido que lo hagas cuando te retires a dormir. Hazlo, aunque yo no esté físicamente a tu lado, como si me dieras a mí el beso de las buenas noches".
- "Sabes, madre, yo creo que es mejor pensar que Dios no acepta sobornos".
Doña Leonor se quedó un rato en silencio.
- "Entonces, tengo que admitir que me has sobornado muchas veces". "Lo has hecho cuando me dabas un beso antes de pedirme algo que querías".
Borges sonrió.
Tiempo después, el escritor admitió a un amigo suyo que, por amor a su madre, nunca se había olvidado de recitar todas las noches esa sencilla oración mariana. Jorge Luis Borges murió en Ginebra el 14 de junio de 1986, a los 87 años. Ante la sorpresa de las pocas personas que le rodeaban en su lecho de muerte, pidió ver a un sacerdote católico. Así se hizo. Esto que hoy cuento ocurrió hace algunos años. Mi anciano amigo sacerdote nunca me dijo cuándo lo debía contar. Quiero hacerlo hoy y no sé por qué. Voces y caras extrañas vendrán seguramente a desmentirme… ¿Y qué?
viernes, 1 de mayo de 2015
sábado, 17 de mayo de 2014
domingo, 27 de abril de 2014
El secreto de un hombre
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Raúl Berzosa. Detalle de la pintura del techo del Oratorio de la Cofradía del Stmo. Cristo de la Agonía de Málaga. |
jueves, 17 de abril de 2014
Mujer
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Jacob C. van Oostsanen: La Virgen y san Juan, 1520 |
Mujer llama a su Madre cuando expira,
porque el nombre de madre regalado
no la añada un puñal, viendo clavado
a su Hijo, y de Dios, por quien suspira.
Crucificado en sus tormentos, mira
su Primo, a quien llamó siempre «el Amado»,
y el nombre de su Madre, que ha guardado,
se le dice con voz que el Cielo admira.
Eva, siendo mujer que no había sido
madre, su muerte ocasionó en pecado,
y en el árbol el leño a que está asido.
Y porque la mujer ha restaurado
lo que sólo mujer había perdido,
mujer la llama, y Madre la ha prestado.
Francisco de Quevedo
-
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Adam Elsheimer: Pietà, 1603 |
martes, 25 de marzo de 2014
Asombro de María en la Anunciación
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James Tissot: La anunciación |
Estaba María santa
contemplando las grandezas
de la que de Dios sería
Madre santa y Virgen bella
el libro en la mano hermosa,
que escribieron los profetas,
cuanto dicen de la Virgen.
¡Oh qué bien que lo contempla!
Madre de Dios y virgen entera,
Madre de Dios, divina doncella.
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El Greco: La Anunciación |
Bajó del cielo un arcángel,
y haciéndole reverencia,
Dios te salve, le decía,
María, de gracia llena.
Admirada está la Virgen
cuando al Sí de su respuesta
tomó el Verbo carne humana,
y salió el sol de la estrella.
Madre de Dios y virgen entera,
Madre de Dios, divina doncella.
Félix Lope de Vega
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Giovanni Battista Tiepolo: La Anunciación, 1725 |
lunes, 16 de septiembre de 2013
Estamos de vuelta
Jesús García publica nuevo libro. Esta vez, en Estamos de vuelta, recoge testimonios de converisones de peregrinos que han tenido lugar en Medjugorje. Algunas caras os sonarán.
Si su anterior libro, Medjugorje, no decepcionó, este también promete.
"Medjugorje es ponerte a tiro para descubrir que Dios tiene un plan para ti". (Rafa Lozano).
jueves, 12 de septiembre de 2013
domingo, 8 de septiembre de 2013
Natividad de María en el arte
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Alejo Fernández: Nacimiento de María. Catedral de Sevilla. |
Canten hoy, pues nacéis vos,
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Canten hoy, pues a ver vienen
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.
Digan, Señora, de vos,
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Pues de aquí a catorce años,
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.
Canten y digan, por vos,
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Y nosotros, que esperamos
que llegue pronto Belén,
preparemos también,
el corazón y las manos.
Vete sembrando, Señora,
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Canten hoy, pues a ver vienen
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.
Digan, Señora, de vos,
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Pues de aquí a catorce años,
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.
Canten y digan, por vos,
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Y nosotros, que esperamos
que llegue pronto Belén,
preparemos también,
el corazón y las manos.
Vete sembrando, Señora,
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
(Lope de Vega)
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Giuseppe Leonardo: Natividad de María. |
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Alessandro Turchi (1578-1649): El nacimiento de la Virgen. |
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Erasmus Quellinus II (1607-1678): Nacimiento de la Virgen, 1660. |
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Carpaccio: Nacimiento de María. |
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Juan de Borgoña: Natividad de la Virgen, 1495. Sala Capitular de la Catedral de Toledo. |
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Fernando Yáñez de la Almedina (1505-1537): Natividad de la Virgen. Catedral de Valencia. |
jueves, 15 de agosto de 2013
El dogma de la Asunción de la Virgen
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William Adolphe Bouguereau, (1825-1905): La asunción de la Virgen, 1875. |
El dogma de la Asunción fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus:
"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".
martes, 16 de julio de 2013
Virgen del Carmen
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Vicente López Portaña: Virgen del Carmen. Catedral de Tortosa. |
¡Oh Virgen Santísima Inmaculada, belleza y esplendor del Carmen!
Tú, que miras con ojos de particular bondad al que viste tu bendito Escapulario, mírame benignamente y cúbreme con el manto de tu maternal protección.
Fortalece mi flaqueza con tu poder, ilumina las tinieblas de mi entendimiento con tu sabiduría, aumenta en mí la fe, la esperanza y la caridad.
Adorna mi alma con tales gracias y virtudes que sea siempre amada de tu divino Hijo y de ti.
Asísteme en vida, consuélame cuando muera con tu amabilísima presencia, y preséntame a la augustísima Trinidad como hijo y siervo devoto tuyo, para alabarte eternamente y bendecirte en el Paraíso.
miércoles, 15 de mayo de 2013
Haciendo historia
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