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martes, 6 de noviembre de 2012

Isabel

La actriz Michelle Jenner interpreta a la reina Isabel la Católica.

Asistimos en los últimos años a una proliferación de series televisavas basadas -con mayor o menor rigor-, en hechos históricos: desde el culebrón de "Los Tudor", la poco rigurosa "Toledo"; o la infumable y truculenta "Juego de tronos" (que no denominaría histórica). Ya se ve que en épocas de crisis aumenta la nostalgia de pasado, aunque no simpre sea para aprender de los errores cometidos.

Televisión Española ha apostado por llevar a la pantalla la vida de Isabel de Trastámara. En líneas generales, parece estar bien, nada que ver con las mencionadas más arriba. Dejo aquí una crítica publicada en Aceprensa que me resulta bastante acertada.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Europa, significado de la bandera

Arsène Heitz es un artista de la ciudad de Estrasburgo. Aunque su nombre no es muy conocido, sin embargo una de sus creaciones se despliega al viento como símbolo de todos los europeos. En efecto en 1950 el Consejo de Europa convocó un concurso de ideas para confeccionar la bandera de la recién nacida Comunidad Europea. Heitz, entre otros muchos diseñadores, presentó varios proyectos, y uno de ellos resultó ser el elegido, ése que hoy todos conocemos: doce estrellas sobre fondo azul.

Recientemente, Heitz ha desvelado a una revista francesa cuál fue el motivo de su inspiración. En aquellas fechas, dice él, leía la historia de las apariciones de la Santísima Virgen en la Rue du Bac de París, que hoy es conocida como la Virgen de la Medalla de la Milagrosa. Y según el testimonio del artista, concibió las doce estrellas en círculo sobre un fondo azul, tal como la representa la iconografía tradicional de esta imagen de la Inmaculada Concepción

Notre Dame de la Médaille Miraculeuse 
En principio Heitz lo tomó como una “ocurrencia", entre las muchas que fluyen en la imaginación del artista; pero la idea despertó su interés, hasta el punto de convertirse en motivo de su meditación.

Por lo que dice en la revista, Heitz acostumbra a escuchar a Dios en su interior; es decir reza con el corazón y con la cabeza. Se declara un hombre profundamente religioso y devoto de la Virgen, a quien ni un solo día deja de rezar el Santo Rosario en compañía de su mujer. Y por todo ello concluye que en su inspiración confluyen además de sus dotes de artista, esas voces silenciosas que el cielo siempre pronuncia sobre los hombres de buena voluntad, de los que sin duda Heitz forma parte. 

Un artista que casi al final de su vida y en el cénit de su carrera, puede proclamar con la garantía de la autenticidad que concede ese momento, en el que los cosas que interesan son ya muy pocas pero muy importantes, que se considera un hombre que ama a todo el mundo, pero sobre todo a la Santísima Virgen, que es nuestra madre.

Es cierto que ni las estrellas ni el azul de la bandera son propiamente símbolos religiosos, lo que respeta las conciencias de todos los europeos, sean cuales sean sus creencias. En este sentido, cuando Paul M. G. Lévy, primer director del servicio de Prensa e información del Consejo de Europa, tuvo que explicar a los Miembros de la Comunidad Económica el sentido del diseño, interpretó el número de las doce estrellas, como “guarismo de plenitud", puesto que en la década de los cincuenta no eran doce ni los miembros de dicho Consejo, ni los de la Comunidad Europea.

Pero no fue ese el verdadero motivo de inspiración del artista que diseñó la bandera de Europa. En el alma de Heitz habían estado presentes las palabras del Apocalipsis
Una gran señal apareció en el cielo, La Mujer vestida de sol y la luna bajo sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas
Y sin percatarse, quizás, los delegados de los ministros europeos adoptaron, oficialmente, la enseña propuesta por Heitz en la fiesta de la Señora: el 8 de diciembre de 1955.

Muchas casualidades, como para que a partir de ahora no nos sea difícil descubrir entre los pliegues de nuestra bandera de europeos la sonrisa y el cariño de Nuestra Madre, la Reina de Europa, dispuesta a echarnos una mano en ese gran reto, que nos propuso el sucesor de San Pedro, Juan Pablo II: recristianizar el Viejo Continente con el ejemplo de nuestras vidas y el testimonio de nuestra palabra. Y todo un recurso para que acudamos a Nuestra Madre, la Santísima Virgen, para que nos ayude a defender esos valores innegociables a los que continuamente se refiere Benedicto XVI
la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, la familia natural como unión indisoluble entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio y abierta a la vida, el derecho de los padres a la educación de sus hijos y las raíces cristianas de Europa.

Por Javier Paredes (Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá) en infocatolica.com

viernes, 5 de febrero de 2010

As time goes by

Una canción de 1931, popularizada por el cine de Hollywood, y al mismo tiempo una reflexión sobre el relativismo y la relatividad a partir de la teoría de Einstein.

En 1931 una canción, As Time Goes By, logró estar veintiuna semanas en la lista de los mayores éxitos de Estados Unidos. Procedía de un recién estrenado musical de Broadway y la interpretaba Rudy Vallee, estrella de la radio, el musical, y el cine americanos, una especie de precursor de los Frank Sinatra o los Elvis Presley en la época de la gran depresión económica. Esta canción, con letra y música de Herman Hupfeld, que triunfó efímeramente hace setenta y cinco años, adquiriría después un rango más universal gracias al film Casablanca, en el que servía de hilo conductor al amor imposible de Rick e Ilsa, personajes a la medida de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. La continua difusión de la película a lo largo de seis décadas contribuyó también a la popularidad del tema musical, grabado además por infinidad de intérpretes.

Sin embargo, la Warner Bros omitió en Casablanca la letra introductoria de As Time Goes By, quizás para no distraer de la tensión dramática originada por la interpretación del inolvidable pianista Sam (Dooley Wilson) o simplemente por no querer detenerse a reflexionar sobre una letra que en cierta medida es reflejo de la inseguridad que flotaba en el aire en 1931, tanto en Estados Unidos como en Europa, tanto en el ámbito interno como en el internacional. Y es que realmente el mundo era realmente más alegre y confiado antes de 1914, orgulloso como nunca de los progresos de la ciencia y la técnica. Era la época de la segunda globalización, marcada por la ascensión de los imperios coloniales, en la que ni la carrera de armamentos ni las frecuentes crisis internacionales terminaban por inquietar a quienes desayunaban rutinariamente con aquellas noticias de prensa.

En cambio, en 1931 las cosas eran muy diferentes: había miedo a que se repitiera una guerra –por no decir una carnicería- de alcance mundial; había miedo a las revoluciones, a los nacionalismos agresivos, a la pobreza, al paro indefinido... Por lo demás, la gente estaba asistiendo a aquellas alturas del siglo XX a cambios vertiginosos y se echaban de menos asideros a los que sujetarse como en tiempos pasados. El azar y lo relativo irrumpían con fuerza en las conciencias, tal y como sucede en estos inicios del siglo XXI, aunque había una diferencia sustancial: en 1931 brotaban temores y presagios ante peligros más o menos cercanos, y actualmente muchos quieren creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles, un mundo de autosatisfacción y barroquismos sin contenidos.

Con todo, Herman Hupfeld, el autor de As Time Goes By, desconfiaba de las novedades de aquel momento, pues denunciaba en la letra que las novedades aceleradas le causaban aprensión, que el progreso técnico le inquietaba y hasta la posibilidad de una cuarta dimensión; y terminaba por hacer responsable de su desasosiego a la teoría de Einstein a la que calificaba de “trifle weary”, una bagatela fastidiosa. Seguramente Hupfeld confundía –como algunos siguen haciendo hoy- la relatividad con el relativismo moral, un malentendido que Einstein trató de aclarar inútilmente toda su vida. Desde luego, no era un relativista quien afirmaba que Dios no juega a los dados, quien se rebelaba contra la pretensión de considerar que la realidad última no es necesariamente el resultado de causas exactas y que vivimos en un mundo en que lo impredecible –lo incausado- sucede constantemente. Tampoco estaba de acuerdo Einstein con quienes afirmaban que la realidad sólo existe cuando tenemos contacto con ella o, incluso, que somos nosotros los que hacemos que aparezca. De ahí hay un paso para proclamar que cada “cuerpo” sirve para llenar el universo, y tampoco es extraño que en aquella época de entreguerras Paul Valéry se refiriera a la “civilización de los solos”, a la que, por cierto, su esteticismo le hacía pertenecer. Pero la mentalidad relativista ha calado profundamente entre las masas y los individuos, y ha supuesto que nadie quiera escuchar a oráculos que prediquen responsabilidades, que hablen de los posibles efectos de nuestras acciones y nos aporten prueban concluyentes porque el mero hecho de prestarles oídos se considera como una restricción de nuestra capacidad de elegir. Conviven paradójicamente los dogmas de que somos prisioneros del destino y de que nuestra libertad carece de límites.

Frente a las incertidumbres del futuro y el relativismo arrollador, Herman Hupfeld se aferraba en su canción a la existencia de algo permanente, que entonces acaso no se considerara tan relativo: el amor entre un hombre y una mujer, una historia tan vieja y nueva como el mundo, en la que todo es más sencillo que todas las teorías alambicadas: “A kiss is just a kiss, a sigh is just a sigh”.

* Por Antonio R. Rubio Plo
Historiador y analista de relaciones internacionales


"As Time Goes By"

[This day and age we're living in
Gives cause for apprehension
With speed and new invention
And things like fourth dimension.
Yet we get a trifle weary
With Mr. Einstein's theory.
So we must get down to earth at times
Relax relieve the tension
And no matter what the progress
Or what may yet be proved
The simple facts of life are such
They cannot be removed.]
You must remember this
A kiss is just a kiss, a sigh is just a sigh.
The fundamental things apply
As time goes by.
And when two lovers woo
They still say, "I love you."
On that you can rely
No matter what the future brings
As time goes by.
Moonlight and love songs
Never out of date.
Hearts full of passion
Jealousy and hate.
Woman needs man
And man must have his mate
That no one can deny.
It's still the same old story
A fight for love and glory
A case of do or die.
The world will always welcome lovers
As time goes by.
Oh yes, the world will always welcome lovers
As time goes by.

Herman Hupfeld

© 1931 Warner Bros. Music Corporation, ASCAP




domingo, 9 de agosto de 2009

La coherencia de un hombre público

Vivío a caballo entre los siglos XV y XVI, pero en la situación político-social que le tocó vivir podrían verse reflejados muchos hombres públicos de hoy en día.

Tomás Moro, de un profunda formación humanista y arraigada vida de piedad, fue nombrado por Enrique VIII "Lord Canciller". Además de contar con la amistad personal del monarca. Amistad que le llevó preso a la Torre de Londres, y de ahí al martirio.

Tomás Moro no cedió a las pretendiones del rey de querer divorciarse de Catalina de Aragón; y se negó a firmar el Acta de Sucesión y Supremacía por la que el rey se proclamaba cabeza de la Iglesia Anglicana. Por esta alta traición fue llevado a presidio y condenado a muerte.

Durante su presidio, varios emisarios -como su hija Meg o su mujer- fueron enviados para animarle a ceder ante el rey. Él siempre se negó a renunciar a su fe y ser desleal con Dios, aún cuando esta decisión le costase la vida.

No perdió el tiempo durante sus últimos días, manteniendo correspondencia con su hija Meg, con quien tenía gran confianza.

Finalmente, fue decapitado en 1535. Dirigió estas palabras a los que allí se encontraban presentes: "El buen servidor del rey, pero primero Dios"

En 1966 Fred Zinnemann dirige una película sobre su vida: Un hombre para la eternidad, que refleja muy bien la personalidad de este hombre santo, que nunca perdió el sentido del humor, aún a un paso de la muerte.