Mostrando entradas con la etiqueta Santísima Trinidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Santísima Trinidad. Mostrar todas las entradas

viernes, 20 de septiembre de 2013

El cuerpo, imagen de Dios

El cuerpo es el lugar natural de la vida y del amor. Recibimos el cuerpo como un don, y en él recibimos también nuestra identidad sexuada y nuestra singularidad personal. Somos masculinos y femeninos en todo; también en nuestro modo de ser imagen de Dios

La diferencia sexual es un don, pero también una tarea. No se trata sólo de un dato biológico; es, sobre todo, una realidad personal, la vocación propia de todo hombre. Ni la masculinidad ni la feminidad se entienden o se realizan de forma aislada, autónoma o individualista, y mucho menos en oposición, sino siempre en mutua relación. El Génesis afirma que el varón y la mujer fueron creados como ayuda semejante: ayuda mutua en el orden del ser y no tanto en el orden del actuar. 

En la lógica de la fecundidad humana, es propio del varón ser origen y principio de la vida para la mujer y, a través de ella, para el hijo. El varón posee este principio de fecundidad no para sí, pues nunca llega a ser padre en sí mismo, sino siempre en relación a la mujer y al hijo. El varón nunca es principio de fecundidad sin la mediación de la mujer y sin la perfección del hijo. 

Desconozco autoría y fecha de la pintura, pero no deja de ser toda una catequesis sobre el aspecto trinitario de la unión conyugal, donde reside su fundamento. La Santísima Trinidad es Familia.

Ser padre es ser en total donación a la mujer y, a través de ella, al hijo. Que el esposo llega a ser padre significa que existe referido del todo a la esposa y, a través de ella, al hijo. Es padre en cuanto lo da todo a ellos. Su paternidad es a imagen y semejanza de la paternidad de Dios Padre, que en la Trinidad es aquel que posee la vida divina de modo fontal y originario. El Padre la posee siempre dándola a las otras dos personas divinas, y nunca recibiéndola, siempre en relación al Hijo y al Espíritu Santo, y nunca sin ellos. Y así, el Padre nunca es principio de todo sin el Hijo y sin el Espíritu Santo. El Padre nunca es en sí mismo, sino que siempre es en relación con las otras dos personas divinas. Así pues, es propio de lo masculino y del esposo llegar a ser padre, es decir, llegar a ser origen de la vida para la esposa y para el hijo, en modo análogo a como Dios Padre es origen de la vida para el Hijo y el Espíritu Santo

Lo propio de la maternidad es hacer fecunda la masculinidad y hacer padre al varón. La mujer es madre porque acoge y recibe como un don la vida de los dos, del padre y del hijo, en modo análogo a como el Espíritu Santo recibe el don del Padre y del Hijo

En todas las dimensiones de su ser, la mujer está hecha para acoger la vida del otro; pero no la acoge para sí, sino para entregarla hacia fuera, al modo como el Espíritu Santo acoge la vida del Padre y del Hijo para comunicarla en la Trinidad económica hacia fuera, a los hombres. 

La fuerza espiritual de la mujer radica precisamente en su maternidad: en la vida que recibe y en la vida que, a su vez, ella da a los demás. Por eso, su vocación singular está especialmente orientada hacia la cultura de la vida y la civilización del amor.  

Por Carmen Álvarez Alonso, profesora de la Universidad San Dámaso. Participante en la XV Semana de Teología de Asidonia-Jerez, cuyo tema ha sido La familia tiene futuro.
Publicado en alfayomega.es.
_______________________ 

El cuerpo humano, como don de Dios, y templo de la Santísima Trinidad, merecen todo el respeto. Es ahí cuando adquieren sentido el pudor y la modestia.

domingo, 3 de junio de 2012

Dios es familia

Claudio Coello: "Trinidad del Cielo y de la tierra"

Fragmento de la homilía de Benedicto XVI el domingo 3 de junio de 2012 en Parque de Bresso, con motivo del VII Encuentro Mundial de las familas.

(...) La familia, fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer, está también llamada al igual que la Iglesia a ser imagen del Dios Único en Tres Personas. Al principio, en efecto, «creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: “Creced, multiplicaos”» (Gn 1, 27-28).

Dios creó el ser humano hombre y mujer, con la misma dignidad, pero también con características propias y complementarias, para que los dos fueran un don el uno para el otro, se valoraran recíprocamente y realizaran una comunidad de amor y de vida. El amor es lo que hace de la persona humana la auténtica imagen de la Trinidad, imagen de Dios

Queridos esposos, viviendo el matrimonio no os dais cualquier cosa o actividad, sino la vida entera. Y vuestro amor es fecundo, en primer lugar, para vosotros mismos, porque deseáis y realizáis el bien el uno al otro, experimentando la alegría del recibir y del dar. 
Es fecundo también en la procreación, generosa y responsable, de los hijos, en el cuidado esmerado de ellos y en la educación metódica y sabia. 
Es fecundo, en fin, para la sociedad, porque la vida familiar es la primera e insustituible escuela de virtudes sociales, como el respeto de las personas, la gratuidad, la confianza, la responsabilidad, la solidaridad, la cooperación. 

Queridos esposos, cuidad a vuestros hijos y, en un mundo dominado por la técnica, transmitidles, con serenidad y confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe, planteándoles metas altas y sosteniéndolos en la debilidad. 

Pero también vosotros, hijos, procurad mantener siempre una relación de afecto profundo y de cuidado diligente hacia vuestros padres, y también que las relaciones entre hermanos y hermanas sean una oportunidad para crecer en el amor.

El proyecto de Dios sobre la pareja humana encuentra su plenitud en Jesucristo, que elevó el matrimonio a sacramento. Queridos esposos, Cristo, con un don especial del Espíritu Santo, os hace partícipes de su amor esponsal, haciéndoos signo de su amor por la Iglesia: un amor fiel y total. Si, con la fuerza que viene de la gracia del sacramento, sabéis acoger este don, renovando cada día, con fe, vuestro «», también vuestra familia vivirá del amor de Dios, según el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret

Queridas familias, pedid con frecuencia en la oración la ayuda de la Virgen María y de san José, para que os enseñen a acoger el amor de Dios como ellos lo acogieron. Vuestra vocación no es fácil de vivir, especialmente hoy, pero el amor es una realidad maravillosa, es la única fuerza que puede verdaderamente transformar el cosmos, el mundo. Ante vosotros está el testimonio de tantas familias, que señalan los caminos para crecer en el amor: mantener una relación constante con Dios y participar en la vida eclesial, cultivar el diálogo, respetar el punto de vista del otro, estar dispuestos a servir, tener paciencia con los defectos de los demás, saber perdonar y pedir perdón, superar con inteligencia y humildad los posibles conflictos, acordar las orientaciones educativas, estar abiertos a las demás familias, atentos con los pobres, responsables en la sociedad civil. 
Todos estos elementos construyen la familia. Vividlos con valentía, con la seguridad de que en la medida en que viváis el amor recíproco y hacia todos, con la ayuda de la gracia divina, os convertiréis en evangelio vivo, una verdadera Iglesia doméstica (cf. Exh. ap. Familiaris consortio, 49). 

Quisiera dirigir unas palabras también a los fieles que, aun compartiendo las enseñanzas de la Iglesia sobre la familia, están marcados por las experiencias dolorosas del fracaso y la separación. Sabed que el Papa y la Iglesia os sostienen en vuestra dificultad. Os animo a permanecer unidos a vuestras comunidades, al mismo tiempo que espero que las diócesis pongan en marcha adecuadas iniciativas de acogida y cercanía (...).

domingo, 7 de junio de 2009

Los tres Ángeles


En el año 1411 un monje pintor traza con delicadeza las últimas pinceladas de un icono que con el tiempo llegará a ser conocido como el icono de los iconos. En él se representan tres ángeles.

El pintor de este icono fue Andrei Rublev, que ideó su obra inspirado en un relato que se narra en el libro del Génesis. Representa la visita de tres ángeles a Abraham, junto al encinar de Mambré, (Génesis18, 1-15).
Los ángeles despliegan alas que se rozan entre sí, manifestando  la íntima unidad que existe entre ellos.


En realidad, los ángeles no son ángeles, sino las tres Personas de la Santísima Trinidad. El color azul de sus vestidos delata su divinidad.
El ángel de la izquierda representa al Padre. Su trascendencia se indica mediante el ropaje transparente.

El ángel del centro representa al Hijo. Su ropa no es transparente, pues el Hijo se encarnó y se hizo hombre. Por eso viste una túnica roja como la sangre.

El tercer ángel representa al Espíritu Santo, cuyos vestidos también son etéreos, aunque no tanto como los del Padre. Predomina el color verde esperanza.

El Espíritu y el Hijo miran al Padre. Los tres sostienen báculos de mando que representan la igualdad de su dignidad. En la imagen, la vista pasa de un personaje a otro. Es decir, existe la estructura de un círculo que  expresa la eternidad de Dios.

Detrás de la imagen del Padre vemos una mansión. Simboliza el Templo del Antiguo Testamento, pero también da cuenta de la promesa que nos hizo Jesús cuando dijo: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas”.

Detrás de la imagen del Hijo vemos una encina, que es el árbol del bien y del mal en el que sucumbió Adán; y el árbol de la cruz del que surgió la victoria de la Vida.

Detrás de la imagen del Espíritu Santo se aprecia el monte Sinaí, donde se dictó la Ley; y simboliza también el monte de las Bienaventuranzas donde se anunció la Nueva Ley.

El Hijo consagra un cáliz porque es verdadero y eterno Sacerdote.

El cuadro debajo del cáliz representa las cuatro esquinas de la tierra. Rublev pensaba que la Tierra era plana. Pero el gesto apunta hacia otro mensaje: el cáliz está sobre la Tierra. Por lo tanto, Dios continúa bendiciendo su Creación.

Finalmente, las tres Divinas Personas forman entre ellas un cáliz.