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domingo, 14 de abril de 2013

Porque sabe escuchar

Gerrit van Honthorst: El Niño Jesús en el taller de José, 1620. Museo Hermitage.

Dios no desea una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu.
José es "custodio" porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es aún más sensible a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. 

martes, 19 de marzo de 2013

José, un hombre corriente

Walter Rane: El taller de José.

Era José, decíamos, un artesano de Galilea, un hombre como tantos otros. Y ¿qué puede esperar de la vida un habitante de una aldea perdida, como era Nazaret? Sólo trabajo, todos los días, siempre con el mismo esfuerzo. Y, al acabar la jornada, una casa pobre y pequeña, para reponer las fuerzas y recomenzar al día siguiente la tarea (...). 


José era efectivamente un hombre corriente, en el que Dios se confió para obrar cosas grandes. Supo vivir, tal y como el Señor quería, todos y cada uno de los acontecimientos que compusieron su vida. Por eso, la Escritura Santa alaba a José, afirmando que era justo (Cfr. Mt I, 19.). Y, en el lenguaje hebreo, justo quiere decir piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la voluntad divina (Cfr. Gen VII, 1; XVIII, 23–32; Ez XVIII, 5 ss; Prv XII, 10.); otras veces significa bueno y caritativo con el prójimo (Cfr. Tob VII, 5; IX, 9.). En una palabra, el justo es el que ama a Dios y demuestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de sus hermanos, los demás hombres. 

(San Josemaría, Es Cristo que pasa, 40).

viernes, 28 de diciembre de 2012

Apenas se le ve, pero está

A José no se le oye; apenas se le ve, pero está.
Deja esculpir su alma por Yavé, del mismo modo que él trabaja la madera con sus manos de artesano.  En silencio, se deja hacer por el Creador.  Y Dios premia su docilidad eligiéndolo desde antes de la creación del mundo para que sea en la tierra el padre de su Hijo.

José no lo sabe. Vive prendado de María, la adolescente hija de Ana y Joaquín, y pasa los días trabajando y proyectando su futuro junto a ella. La joven que va a desposar  es diferente. 
María también ama el silencio, pero dice mucho con sus ojos, unos ojos que traslucen un corazón fiel, desprendido y generoso. Se diría que se sabe en todo momento mirada por Yavé y que deja traspasar la luz del Creador. 

Agnolo Bronzino
Desde hace unos meses, María está más bella, si cabe. José no podría explicarlo con palabras, pero cuando va a visitarla a su casa, o cuando pasean bajo la mirada atenta de Ana, siente una felicidad extraordinaria, y piensa que el paraíso de su Dios, del Dios de Abraham, del Dios de David, a cuya estirpe pertenece, debe ser algo muy parecido a estar con María. Por eso no da crédito a algún comentario que escuchó hace unos días en el mercado. Ella, su María. ¿Cómo podría ser? José la contempla. Es imposible, en Ella no cabe la opción de ser infiel.

Y Yavé premia la confianza de José. El artesano sueña y cree. Lo imposible se hace posible. Y sólo podía ser en María.
Francisco Rizi: El sueño de José, 1665

José se fía. Son años de silencio, trabajando en diálogo con su Dios. Y ahora entiende que la tierra se haga Cielo en presencia de María. Las piezas encajan, el miedo se esfuma. 
No sabe cómo, pero como la de María, su vida se hace un Sí. Aunque se considera indigno, sigue dejándose hacer. El sentido de su existencia es proteger, educar, amar, servir, al Hijo de Dios y a su Madre. Él, un humilde artesano, desde un segundo plano, jugará después de Jesús y María el papel más importante en la historia de la Redención.

Fritz von Uhde, (1848-1911): Sagrada Familia

sábado, 19 de marzo de 2011

Siervo bueno y fiel


San José, Padre y Señor nuestro, castísimo, limpísimo, que has merecido llevar a Jesús Niño en tus brazos, y lavarle y abrazarle: enséñanos a tratar a nuestro Dios, a ser limpios, dignos de ser otros Cristos.

Y ayúdanos a hacer y a enseñar, como Cristo, los caminos divinos —ocultos y luminosos—, diciendo a los hombres que pueden, en la tierra, tener de continuo una eficacia espiritual extraordinaria.

(San Josemaría, Forja, 553)

jueves, 19 de marzo de 2009

Id a José

A veces una contempla sorprendida gente que entra en las iglesias y se dirigen hacia la imagen del santo de su devoción, y hacen todo tipo de movimientos, como inclinaciones corporales, intentos de santiguarse, o lanzamiento de besos al aire. Seguramente nadie les ha explicado que lo importante en una iglesia es la cajita que preside, es decir, el Sagrario. Porque allí se encuentra verdaderamente presente Dios. Y sólo ante el Sagrario se hace una genuflexión. Que en una iglesia católica, las imágenes de santos son totalmente prescindibles. Puede haberlas, o no; porque no dejan de ser elementos ornamentales, que pueden inspirar devoción.
Lo realmente importante es que haya un sagrario bien visible. A Dios se le adora, por eso tiene sentido inclinarse ante Él. A su madre, la Virgen María, se le venera.
Luego están los santos, que no son todos lo que están, ni están todos los que son. Es decir, que santo es todo el que está gozando de Dios en el cielo. Y supongo, que por la infinita misericordia divina, serán la mayoría del común de los mortales. De esos, hay unos cuantos que la Iglesia propone como modelo de santidad. Gente corriente y moliente, la mayoría, que con sus vidas nos recuerdan que se puede ser santo. A pesar de las caídas y miserias.
Los hay para todos los gustos: laicos, religiosos, frailes, monjas, curas, niños, mártires… De todas las épocas y de todas las razas. Se les puede tener devoción, y pedirles que intercedan ante Dios por las necesidades que podamos tener. Incluso, hay quienes tratan de imitarlos llevando su mismo tipo de vida, como es el caso de los fundadores de instituciones de la Iglesia.

Cuando alguien me dice que no cree en los curas o en los santos, me hace gracia. ¿Quién ha dicho que haya que tenerles fe? La fe es en Dios, y Él es quién la da.
Con el tema de la devoción a los santos me descomplico. Sólo acudo a 3 ó 4 que me son cercanos en el tiempo. Y encima, ni siquiera están canonizados por la Iglesia aún. A saber: Juan Pablo II, don Álvaro del Portillo, Teresa de Calcuta y Van Thuan. Las vidas que llevaron me impresionan, y a los dos primeros los conocí en persona.

Pero si hay alguien a quien acudo con mucha frecuencia, ese es san José. Le trato como a un padre, y pienso que debe ser el santo de los santos, por haber sido padre de Jesús, cuidado a María y jefe de la Sagrada Familia.
Me lo imagino en el cielo, muy cerca de Jesús y María, pero en segundo plano, como siempre. Pasando desapercibido.
Tengo un batallón de preguntas para hacerle cuando lo vea cara a cara. Una entrevista para “The Heaven’s News” donde me cuente todo lo que no cuentan en los evangelios: ¿Cómo era Jesús de pequeño? ¿Cuál era su juguete preferido?, ¿Se lo hizo él? ¿Era sólo carpintero o artesano? ¿Trabajaba sólo para el pueblo o para toda la región? ¿Tenía empleados en la carpintería? ¿A qué edad empezó Jesús a trabajar con él? ¿Cómo eran los ojos de María? ¿Qué edad tenía cuándo tuvo a Jesús? ¿Cómo celebraban las fiestas? ¿Cómo se divertían los días de descanso? ¿Se iban de excursión, o de pesca? ¿O se reunían todos en casa de Joaquín y Ana? ¿Cuál era su comida favorita? ¿Le contaba cuentos a Jesús para que se durmiera? ¿Quiénes eran sus mejores amigos? ¿Le ha dado ya su merecido al autor del villancico que dice “en el portal de Belén han entrado los ratones, y al pobre de san José le han roído los calzones“? ¿Y al que escribió aquello de “san José como es gitano, a los gitanos camela, y el chavea del portal se rebela, se rebela? ¿Qué cara ponen los pintores que lo retrataron como un anciano barbiblanco al comprobar que no lo es? ¿A qué edad se fue al Cielo? ¿Estaba enfermo? ¿Qué sintió al ver cara a cara a Dios Padre? ¿Qué le dijo Dios?


Claro, que si Dios se apiada de mí y alguna vez llego al cielo, ¿qué más me dará todo al encontrarme con el abrazo y la sonrisa infinita? Por supuesto, no me olvidaré de feliciar a José.