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lunes, 5 de octubre de 2015

Otoño



Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el pensamiento.

Qué noble paz en este alejamiento
de todo; oh prado bello que deshojas
tus flores; oh agua fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento! 




¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!

En una decadencia de hermosura, 
la vida se desnuda, y resplandece 
la excelsitud de su verdad divina.

Juan Ramón Jiménez.



domingo, 6 de abril de 2014

Ahí va la loca soñando

Nicolae Vermont (1866–1932): Soñando

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros, 
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros, 
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso, 
de mí murmuran y exclaman:
 —Ahí va la loca soñando 
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos, 
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado. 


Nicolae Vermont (1886-1932): La ventana

Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha, 
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula, 
con la eterna primavera de la vida que se apaga 
y la perenne frescura de los campos y las almas, 
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan. 

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños, 
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos? 

Rosalia de Castro (1837-1885), A orillas del Sar.

Ipolit Strâmbu (1871-1934): Visare

sábado, 1 de febrero de 2014

Niñez

Carolyn Anderson

Vuelvo a ti, mi niñez, como volvía 
a tierra a recobrar fuerzas Anteo; 
cuando en tus brazos yazgo, en mí me veo, 
es mi asilo mejor tu compañía. 

De mi vida en la senda eres la guía 
que me apartas de todo devaneo, 
purificas en mí todo deseo, 
eres el manantial de mi alegría. 

Siempre que voy en ti a buscarme, nido 
de mi niñez, Bilbao, rincón querido 
en que ensayé con ansia el primer vuelo, 
súbeme de alma en flor mi edad primera 
cantándome recuerdos, agorera, 
preñados de esperanza y de consuelo. 

Miguel de Unamuno, (Bilbao, 1864- Salamanca, 1936).

sábado, 14 de diciembre de 2013

Que a vida eterna sabe

José Joaquín Magón: La Misa de san Juan de la Cruz, s. XVII
Canciones del alma en la íntima comunicación de unión de amor de Dios:

¡O llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva
acaba ya si quieres,
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
¡O cauterio süave!
¡O regalada llaga!
¡O mano blanda! ¡O toque delicado
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida has trocado.
¡O lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
color y luz dan junto a su querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!
 
San Juan de la Cruz, 24 de junio de 1542- 14 de diciembre de 1591.



martes, 7 de mayo de 2013

Madre

Dorothea Sharp, (1874 – 1955): Madre e hijos en el lago Como.

Te digo, al llegar, madre
que tú eres como el mar;
que aunque las olas
de tus años se cambien y te muden,
siempre es igual tu sitio
al paso de mi alma.

Gavin Calf: Madre e hijo en Bretaña.
 
No es preciso medida
ni cálculo para el señalamiento
de ese cielo total;
el color, hora única,
la luz de tu poniente,
te sitúan,¡oh madre!,entre las olas,
conocida y eterna en su mudanza.

Juan Ramón Jiménez.


sábado, 6 de abril de 2013

Madre

Porque así lo quiso tu Hijo.

Alice Havers: María ponderaba todas esas cosas en su corazón, 1888.

III Cantiga 

Eres madre del pan, eres un cuenco 
de leche hospitalaria, bien caliente; 
eres humildemente la cerilla 
que alumbra un apagón 
de cuatro siglos; 
eres la venda justa, eres paisana 
de todo lo que amo. 
La caricia 
candeal de tus manos disuade cada lágrima 
que congelada baja pecho adentro. 

No me niegues a mí tu voz, la chimenea 
de todos los viajeros del invierno.

Miguel d'Ors

jueves, 21 de marzo de 2013

Soneto a las flores


Estas que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.



Este matiz que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!



A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecer florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.


Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y expiraron,
que pasados los siglos horas fueron.

Calderón de la Barca

miércoles, 27 de febrero de 2013

Soneto LXIX

Walter Rane: Castidad.

Las partes que de ti ven los ojos del mundo
en nada el corazón las puede mejorar:
todas las lenguas -voces del alma- lo proclaman,
pues es la verdad pura, que hasta el rival admite.

Así, loas externas coronan tu exterior,
por eso las mismas lenguas, que te dan lo que es tuyo, 
emplean otro tono para anular tu elogio,
mirando más allá de lo que ve la vista.

Buscan dentro de ti la belleza de tu alma
y conjeturan que ésta se mide por tus hechos;
rústicas, pues, sus mentes, aunque amables sus ojos,
a tu flor bella añaden hedor de malas hierbas.

¿Pero por qué tu olor no iguala tu apariencia?
La culpa es de que creces en suelo comunal.

William Shakespeare.



lunes, 25 de febrero de 2013

Meditación


Yo te veo, Señor, en las montañas
que soberbias se miran en su altura,
dó reciben la luz con que las bañas,
antes que este hondo valle de tristura;

y en el último y lánguido reflejo,
que recogen del día moribundo,
cuando su altiva cumbre es el espejo
de las sombras que caen en el mundo;

y en su color azul y nieve fría
que oculta la preñez de los volcanes,
como encubre falaz hipocresía
de infame corazón pérfidos planes.


Que tú les das la niebla matutina
que se pierde por leve y vaporosa,
tú les enciendes llama que ilumina,
tú su cráter entibias y reposa.

Desataste en sus cimas y pendientes,
para calmar la sed de los mortales,
las cristalinas venas de las fuentes
y escondiste en su seno los metales.

Mas ellos ambicionan el tesoro
que previsión de un padre les encierra,
no pueden apagar la sed del oro
y rompen las entrañas de la tierra.

¡Metal de execración! ¡metal maldito,
cuya pálida luz cegó los ojos,
doró deformidades del delito
y alumbró los desórdenes y enojos!


Yo te veo, Señor, en los breñares
poblados de malezas muy bravías,
en los altos, difíciles lugares,
dó el águila renueva largos días,

el águila que es hija de los vientos,
con su nido que es campo de batalla,
lleno de los despojos más sangrientos
del vulgo de las aves que avasalla,

sombría como el sitio donde habita,
de furibundos ojos y de garras
duras como las peñas que visita,
corvas como moriscas cimitarras.


Que tú para cortar los aquilones
la fuerza muscular le diste en prenda;
te busca por las célicas regiones,
por eso mira al sol como a tu tienda.

Tú contaste sus plumas más ligeras,
como cuentas los árboles y frutos,
los átomos que cruzan las esferas,
y hasta la eternidad por sus minutos.


Yo te veo en el mar: en la ola verde,
azul, o sonrosada que camina,
que con orla de aljófares se pierde,
mientras otra más alta se avecina.

También cuando lo tienes en bonanza,
para el pequeño alción que a sus cristales
fía su hermosa prole y su esperanza,
mientras atas furiosos vendavales.


Y en el cetáceo enorme que entre hielos,
que muros de cristal pueden decirse,
alza dos ríos de agua hasta los cielos,
y agita el mar del norte al rebullirse;

que herido del arpón, iras alienta,
con su sangre las aguas enrojece,
y las pone agitadas en tormenta...
¡Tanto puede su mole que padece!

Tú le diste los mares por presea
donde tenga por lecho las bahías
el boreal y antártico pasea;
por abismos de espuma tú le guías.


Yo te veo, Señor, en el insecto
que busca en la camelia nido y casa,
con las galas de adorno tan perfecto
que unas púrpura son, otras son gasa;

y en el que enamorado de su pompa
se contempla en la fuente bulliciosa,
y en el que chupa almíbar con su trompa,
y en el que se adormece en una rosa;

y el que queda suspenso ante las ovas
mecido en equilibrio con las alas,
y al parecer les canta dulces trovas
que solo entiendes tú que a ti te igualas;

y en el reptil que turba ninfas puras,
que por su cauce nítido se alegra,
y el que por las musgosas hendiduras
asoma su cabeza verdinegra.


Tú has vestido de flores las colinas
cual nunca Salomón se engalanara,
cuando a ruego de hermosas concubinas
ídolos en los bosques adorara.

Tú has dado los aromas y canelas,
papagayos hermosos y parleros,
búfalos, elefantes y gacelas,
cedros, palmas, acacias, bananeros.


Que Tú eres el principio de ti mismo,
sin contar el origen de tus días,
grande en la inmensidad y en el abismo,
Dios de eternas venturas y alegrías.

Juan Arolas, 1805-1849.

martes, 5 de febrero de 2013

La rama



Canta en la punta del pino

un pájaro detenido,

trémulo, sobre su trino.



Se yergue, flecha, en la rama,

se desvanece entre alas

y en música se derrama.



El pájaro es una astilla

que canta y se quema viva

en una nota amarilla.



Alzo los ojos: no hay nada.

Silencio sobre la rama,

sobre la rama quebrada


Octavio Paz