viernes, 1 de febrero de 2013

La conversión de Paul Claudel

"El hombre se forma interiormente con el ejercicio y se forja respecto a lo exterior mediante choques", (Art poétique). Estas palabras de Paul Claudel definen admirablemente lo que fue la esencia de la vida de este gran poeta y dramaturgo francés. En ellas está fijada su trayectoria vital en toda su síntesis y profundidad.

Claudel luchó durante su existencia en la búsqueda de su verdadera vida, pero también fue la misma vida la que le golpeó encaminándole por sendas y cimas que jamás hubiera alcanzado por su propio pie.

Nació en 1868. Licenciado en Derecho y en Ciencias Políticas, después empezó la carrera diplomática, representando a su país brillantemente por todo el mundo.
Hijo de un funcionario y de una campesina, fue el más pequeño de una familia compuesta por dos hermanas más. Un ambiente familiar muy frío le lleva a replegarse sobre sí mismo y, como consecuencia, a iniciarse en la creación poética. 

También incidirá con fuerza en su espíritu el ambiente materialista y ateo de Francia en su época. Las lecturas de Renan, Zola.,y especialmente su paso por el liceo Louis-le-Grand y la visión de la muerte de su abuelo, crean en él un estado de angustia en el que la única certeza es la de la nada en el más allá. Allí se hunde en el pesimismo y la rebeldía.
En medio de ese aire enrarecido y de esa ausencia de horizontes, el joven Claudel busca aire desesperadamente: le llegan bocanadas en la música de Beethoven, y de Wagner, en la poesía de Esquilo, Shakespeare, Baudelaire; y, de repente, la luz de Arthur Rimbaud, un espíritu hermano del suyo, pero que le abría inmensas perspectivas a su vida más profunda y personal que hasta ese momento desconocía. Pero su habitual estado de ahogo y desesperación continuó siendo el mismo.

En la Navidad de 1886 un acontecimiento cambiará su vida. Él mismo narrará, veintisiete años después, lo sucedido:


Piedad de Notre Dame de París


"Así era el desgraciado muchacho que el 25 de diciembre de 1886, fue a Notre-Dame de París para asistir a los oficios de Navidad. Entonces empezaba a escribir y me parecía que en las ceremonias católicas, consideradas con un diletantismo superior, encontraría un estimulante apropiado y la materia para algunos ejercicios decadentes. Con esta disposición de ánimo, apretujado y empujado por la muchedumbre, asistía, con un placer mediocre, a la Misa mayor. Después, como no tenía otra cosa que hacer, volví a las vísperas. Los niños del coro vestidos de blanco y los alumnos del pequeño seminario de Saint-Nicholas-du-Cardonet que les acompañaban, estaban cantando lo que después supe que era el Magnificat. Yo estaba de pie entre la muchedumbre, cerca del segundo pilar a la entrada del coro, a la derecha del lado de la sacristía.

Entonces fue cuando se produjo el acontecimiento que ha dominado toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certidumbre que no dejaba lugar a ninguna clase de duda, que después, todos los libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada vida, no han podido sacudir mi fe, ni, a decir verdad, tocarla. De repente tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios, de una verdadera revelación inefable. Al intentar, como he hecho muchas veces, reconstruir los minutos que siguieron a este instante extraordinario, encuentro los siguientes elementos que, sin embargo, formaban un único destello, una única arma, de la que la divina Providencia se servía para alcanzar y abrir finalmente el corazón de un pobre niño desesperado: "¡Qué feliz es la gente que cree! ¿Si fuera verdad? ¡Es verdad! ¡Dios existe, está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! ¡Me ama! ¡Me llama!". Las lágrimas y los sollozos acudieron a mí y el canto tan tierno del Adeste aumentaba mi emoción.


Notre Dame de París

¡Dulce emoción en la que, sin embargo, se mezclaba un sentimiento de miedo y casi de horror ya que mis convicciones filosóficas permanecían intactas! Dios las había dejado desdeñosamente allí donde estaban y yo no veía que pudiera cambiarlas en nada. La religión católica seguía pareciéndome el mismo tesoro de absurdas anécdotas. Sus sacerdotes y fieles me inspiraban la misma aversión, que llegaba hasta el odio y hasta el asco. 

El edificio de mis opiniones y de mis conocimientos permanecía en pie y yo no le encontraba ningún defecto. Lo que había sucedido simplemente es que había salido de él. Un ser nuevo y formidable, con terribles exigencias para el joven y el artista que era yo, se había revelado, y me sentía incapaz de ponerme de acuerdo con nada de lo que me rodeaba. La única comparación que soy capaz de encontrar, para expresar ese estado de desorden completo en que me encontraba, es la de un hombre al que de un tirón le hubieran arrancado de golpe la piel para plantarla en otro cuerpo extraño, en medio de un mundo desconocido. Lo que para mis opiniones y mis gustos era lo más repugnante, resultaba ser, sin embargo, lo verdadero, aquello a lo que de buen o mal grado tenía que acomodarme. ¡Ah! ¡Al menos no sería sin que yo tratara de oponer toda la resistencia posible!

Esta resistencia duró cuatro años. Me atrevo a decir que realicé una defensa valiente. Y la lucha fue leal y completa. Nada se omitió. Utilicé todos los medios de resistencia imaginables y tuve que abandonar, una tras otra, las armas que de nada me servían. 
Esta fue la gran crisis de mi existencia, esta agonía del pensamiento sobre la que Arthur Rimbaud escribió: 

"El combate espiritual es tan brutal como las batallas entre los hombres. ¡Dura noche!". Los jóvenes que abandonan tan fácilmente la fe, no saben lo que cuesta reencontrarla y a precio de qué torturas. El pensamiento del infierno, el pensamiento también de todas las bellezas y de todos los gozos a los que tendría que renunciar -así lo pensaba- si volvía a la verdad, me retraían de todo.

Pero, en fin, la misma noche de ese memorable día de Navidad, después de regresar a mi casa por las calles lluviosas que me parecían ahora tan extrañas, tomé una Biblia protestante que una amiga alemana había regalado en cierta ocasión a mi hermana Camille. Por primera vez escuché el acento de esa voz tan dulce y a la vez tan inflexible de la Sagrada Escritura, que ya nunca ha dejado de resonar en mi corazón. Yo sólo conocía por Renan la historia de Jesús y, fiándome de la palabra de ese impostor, ignoraba incluso que se hubiera declarado Hijo de Dios. Cada palabra, cada línea, desmentía, con una majestuosa simplicidad, las impúdicas afirmaciones del apóstata y me abrían los ojos. Cierto, lo reconocía con el Centurión, sí, Jesús era el Hijo de Dios. Era a mí, a Paul, entre todos, a quien se dirigía y prometía su amor. Pero al mismo tiempo, si yo no le seguía, no me dejaba otra alternativa que la condenación. ¡Ah!, no necesitaba que nadie me explicara qué era el Infierno, pues en él había pasado yo mi "temporada". Esas pocas horas me bastaron para enseñarme que el Infierno está allí donde no está Jesucristo. ¿Y qué me importaba el resto del mundo después de este ser nuevo y prodigioso que acababa de revelárseme?" (Ma conversion. 10-13.)

Una carta de 1904 a Gabriel Frizeau demuestra que el recuerdo de ese instante de Navidad estaba ya fijado entonces: 

"Asistía a vísperas en Notre-Dame, y escuchando el Magnificat tuve la revelación de un Dios que me tendía los brazos".
"Así hablaba en mí el hombre nuevo. Pero el viejo resistía con todas sus fuerzas y no quería entregarse a esta nueva vida que se abría ante él. ¿Debo confesarlo? El sentimiento que más me impedía manifestar mi convicción era el respeto humano. El pensamiento de revelar a todos mi conversión y decírselo a mis padres... manifestarme como uno de los tan ridiculizados católicos, me producía un sudor frío. Y, de momento, me sublevaba, incluso, la violencia que se me había hecho. Pero sentía sobre mí una mano firme.
No conocía un solo sacerdote. No tenía un solo amigo católico. (...) Pero el gran libro que se me abrió y en el que hice mis estudios, fue la Iglesia. ¡Sea eternamente alabada esta Madre grande y majestuosa, en cuyo regazo lo he aprendido todo!".

Paul-André Lesort: Claudel visto por sí mismo.

martes, 29 de enero de 2013

Jardín de invierno


Llega el invierno. Espléndido dictado
me dan las lentas hojas
vestidas de silencio y amarillo.

Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno.


Creció el rumor del mundo en el follaje,
ardió después el trigo constelado
por flores rojas como quemaduras,
luego llegó el otoño a establecer
la escritura del vino:
todo pasó, fue cielo pasajero
la copa del estío,
y se apagó la nube navegante.

Yo esperé en el balcón tan enlutado,
como ayer con las yedras de mi infancia,
que la tierra extendiera
sus alas en mi amor deshabitado.


Yo supe que la rosa caería
y el hueso del durazno transitorio
volvería a dormir y a germinar:
y me embriagué con la copa del aire
hasta que todo el mar se hizo nocturno
y el arrebol se convirtió en ceniza.

La tierra vive ahora
tranquilizando su interrogatorio,
extendida la piel de su silencio.


Yo vuelvo a ser ahora
el taciturno que llegó de lejos
envuelto en lluvia fría y en campanas:
debo a la muerte pura de la tierra
la voluntad de mis germinaciones.

Pablo Neruda


domingo, 27 de enero de 2013

Hoy nació el genio

El 27 de enero de 1756 venía al mundo Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, (Wolfy para los amigos). Así que no puedo dejar pasar esta fecha sin un recuerdo para uno de los más grandes de la historia de la música.





sábado, 26 de enero de 2013

Sol de invierno

Joaquín Sorolla: Jardín de invierno.


Es mediodía. Un parque.

Invierno. Blancas sendas;

simétricos montículos

y ramas esqueléticas.

Corinne Quibel


Bajo el invernadero,

naranjos en maceta,

y en su tonel, pintado

de verde, la palmera.

Konstantin Andreyevich Ukhtomsky


Un viejecillo dice,

para su capa vieja:

«¡El sol, esta hermosura

de sol!…» Los niños juegan.

Winslow Homer, 1872.


El agua de la fuente

resbala, corre y sueña

lamiendo, casi muda,

la verdinosa piedra.

Antonio Machado

Joaquín Sorolla: Reflejos en la fuente.

jueves, 24 de enero de 2013

Uno de nosotros


La Iniciativa Ciudadana Europea contraria al aborto One of us era recientemente legitimada por la Comisión Europea. De la misma manera, el pasado viernes, 18 de enero, se presentaba en la Oficina del Parlamento Europeo en Madrid la rama española de Uno de nosotros.

El objetivo principal de esta iniciativa es la defensa de la vida y la dignidad de todo ser humano ya desde su etapa vital como embrión. "No hay otra iniciativa ahora más importante y necesaria", aseguró en la presentación Alicia Latorre, presidenta de la Federación Española de Asociaciones Provida.

Para conseguirlo, se trabaja activamente para conseguir la recogida de al menos un millón de firmas en Europa para reclamar a la Unión Europea esa defensa de la dignidad, el derecho a la vida y la integridad de todo ser humano.

De hecho, ya hay comités de Uno de Nosotros organizando la recogida en 25 de los 27 países de la Unión Europea, y pronto los habrá en todos ellos.

La Iniciativa Ciudadana es un instrumento legislativo novedoso en la Unión Europea. En la actualidad hay siete "iniciativas ciudadanas europeas" en marcha en el continente, sobre temas muy diversos, y una de ellas es Uno de nosotros.

El plazo para la recogida de firmas se extiende hasta el 1 de noviembre de 2013 y se puede firmar a través de la propia web en internet. Sólo pueden firmar ciudadanos de la Unión Europea mayores de 18 años.

domingo, 20 de enero de 2013

20 años sin Audrey


De origen anglo-holandés, hija de la Baronesa Ella van Heenstra y Joseph Victor Henry Ruston, un financiero irlandés. Vivió sus primeros años en Holanda, pero tras el divorcio de sus padres en 1938 se trasladó a Londres. Allí estudiará danza y arte dramático en la Marie Rambert School

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, tuvo que regresar a Holanda pero con el fin del conflicto vuelve a tierras británicas donde comienza a trabajar como modelo y poco después como actriz teatral. 

Su primer contacto con el cine (1948) le sirvió para adquirir experiencia y para poder presentarse con éxito en Broadway. Antes de triunfar en el mercado norteamericano con la Paramount, rodó un mínimo de seis películas en Inglaterra y ya en 1952 William Wyler le ofreció protagonizar la deliciosa comedia Vacaciones en Roma, cinta que la convirtió en una verdadera estrella. Gracias a esta película obtuvo su primer Oscar como mejor actriz y, lo que es más importante, conquistó al público americano por su belleza y elegancia. 

Su largo currículum cinematográfico destaca por la calidad de películas como Desayuno con diamantes (1961, de Blake Edwards), Charada (1963, de Stanley Donen), Sola en la oscuridad (1967, de Terence Young). En un registro más dramático, Historia de una monja (1959, de Fred Zinneman). 

En 1954 se casó con el actor Mel Ferrer, con quien tuvo a su hijo Sean, y del que se divorció en 1968. Un año después volvió a casarse, esta vez con el doctor Andrea Dotti, un matrimonio que duraría hasta 1976 y del que nacería su segundo hijo Luca Andrea
Sus últimos años los pasó acompañada de Robert Wolders.





Estuvo nominada al Oscar como mejor actriz en cuatro ocasiones más, por Sabrina en 1954, Historia de una monja en 1959, Desayuno con diamantes en 1961 y por Sola en la oscuridad en 1967. Fué esta última película la que marcó su retirada de la gran pantalla a la que regresaría juanto a Sean Connery en 1976 para rodar Robin y Marian.

Pero no sólo serían los galardones norteamericanos los que formalizarán la reconocida calidad de Audrey, de hecho en 1958 logró el premio a la mejor actriz en el Festival de San Sebastián y el Bafta Británico en la misma categoría por Historia de una monja (Repetiría este premio en 1963 por Charada). 

También protagonizó inolvidables musicales, como Funny face, junto a Fred Astaire. Pero sobre todo, merece mención especial My Fair lady, basada en la obra Pigmalión de  George Bernard Shaw, junto a Rex Harrisson, dirigidos por George Cukor en 1964.

En Somalia, 1992
Desde que fue nombrada en 1988 embajadora de UNICEF, Audrey Hepburn se dedicó por completo a su labor humanitaria (sólo hemos de recordar que la actriz viajó a Somalia poco tiempo antes de que le diagnosticaran el cáncer de colon que acabó con su vida). 

En 1993, meses después de su muerte, la Academia de las Artes y Ciencias cinematográficas de Hollywood le concedió un Oscar humanitario Jean Hersholt por su labor como embajadora permanente de UNICEF

Ella aportó al cine un encanto nuevo. Su elegancia traspasó la pantalla convirténdose en icono de moda. Además aportó, bajo su aparente fragilidad, una voluntad de hierro y una inteligencia que le permitieron mantener el brillo y encanto de la juventud.

Audrey Hepburn y George Peppard. Desayuno con diamantes, (1961). Blake Edwards.
A pesar del paso del tiempo, no han sido pocos los diseñadores que se han inspirado en ella para sus creaciones. Míticos fueron los diseños creados por Edith Head para ella en muchas de sus películas. Como también lo fueron los de Hubert de Givenchy, con quien mantuvo una buena amistad.  Pero también lució como nadie los modelos de Saint Laurent y Valentino.
Su imagen elegante y distinguida, se alejaba de la exhuberancia de las actrices tan de moda en los 50, como Marilyn, y no por ello dajó de ser hiper femenina.

Givenchy vistiendo a Audrey Hepburn
Encantadora la vemos en Love in the afternoon (1957), junto a Maurice Chevalier y Gary Cooper.
Por muchos años que pasen, la estela de Audrey siempre permanece.




Como Eliza Doolittle en My fair lady

sábado, 19 de enero de 2013

10 frases reveladoras de médicos abortistas


Las 10 frases más reveladoras que se les escaparon a médicos abortistas
Fuente: Religionenlibertad.com

En España es famosa una frase que le dijo el dueño del abortorio Dator de Madrid, al doctor Jesús Poveda, veterano activista provida que a menudo la recuerda en público: "yo le pregunté cómo es que él, siendo médico, sabiendo lo que es de verdad un aborto, puede realizarlos", explica Poveda, "y él me respondió: ´Hasta yo me asombro de las cosas de que soy capaz por dinero".

En una sociedad de la comunicación, los técnicos y empresarios del aborto hablan (o escriben: en congresos, memorias, diarios...) y sus frases permanecen. 
En LiveActionNews.org han recopilado 10 frases reveladoras:

1. "A ellas no se les permite nunca mirar la pantalla de ultrasonidos, porque sabemos que si lo hacen y escuchan el latido del corazón, no querrían hacerse el aborto".
Dr. Randall, antiguo abortista

2. "Incluso hoy lo siento como algo un poco peculiar, porque como médico fui entrenado para conservar la vida, y aquí estoy, destruyéndola".
Dr. Nejamin Kalish, abortista.

3. "Tienes que llegar a ser un poco esquizofrénico. En una habitación, animas a una paciente y le dices que la ligera irregularidad cardíaca del feto no es importante, que tendrá un bebé bueno, sano. En la otra habitación, le aseguras a otra mujer, a la que le acabas de hacer un aborto salino, que es buena cosa que el latido del corazón sea ya irregular, que no se preocupe, que no tendrá un bebé vivo. De repente, uno se da cuenta de que en el momento de la infusión salina había mucha actividad en el útero. No eran corrientes de fluido. Era, obviamente, el feto dañado al tragar la solución de sal concentrada y pateando violentamente, y eso es en cualquier sentido el trauma de la muerte. Alguien tiene que hacerlo, y desafortunadamente somos los ejecutores de este acto.  
Dr. John Szenes, abortista.

4. "Decirle a esas mujeres que sus fetos sienten dolor es acumular tormento sobre tormento. Esas mujeres tienen un dolor real. No llegaron con facilidad a esta decisión. Crear otra barrera para ellas para alcanzar el cuidado médico que necesitan es realmente injusto". 
Dave Turok, abortista.



5. "Esta es la razón por la que odio el uso excesivo del forceps: las cosas se rompen. Sólo hay dos tipos de doctores que dicen nunca han perforado un útero, los que mienten y los que no hacen abortos".
Abortista anónimo.

6. "Me fui donde ya no tuviese que soportar ver cuerpecitos nunca más".
Dra. Beverly McMillan, antigua abortista.

7. "Creo que he sido afortunada por formar parte de esto. Si no me hubiera implicado, habría ido por la vida perfectamente satisfecha de acudir a fiestas de la sociedad médica y habría resultado muy, muy soso. Me habría aburrido como una tonta". 
Dra. Jane Hodgson, abortista pionera.

8. "La pena, bastante distinta al sentimiento de vergüenza, la exhiben de una forma u otra prácticamente cada una de las mujeres a las que les he practicado un aborto, y eso son unas 20.000 a fecha de 1995. La pena se revela en el hecho de que la mayoría de ellas lloran en algún momento durante la experiencia. El proceso de duelo puede durar unos pocos días o varios años. El duelo a veces se aplaza. El duelo puede yacer sublimado y dormido durante años". 
Dra. Susan Poppema, abortista.

9. "Si veo un caso, de más de 20 semanas, donde francamente eso es un niño, para mí, realmente me hace pensar y sufrir, porque ¡el potencial está aquí tan inminente! Por otro lado, tengo otra postura, que creo que es superior en la jerarquía de preguntas, y es esta; ¿quién posee ["owns"] a este niño? Tiene que ser la madre". 
Dr. James McMahon, abortista.

10. "Sabemos que es matar, pero el estado nos permite matar bajo ciertas circunstancias".
Dr. Neville Sender, abortista.

jueves, 17 de enero de 2013

Masonería, religión y política

El sacerdote don Manuel Guerra
es entrevistado en el programa Últimas preguntas de tve. Especialista en sectas, acaba de publicar su libro Masonería, religión y política, editado por Sekotia.

 


miércoles, 16 de enero de 2013

En la vieja casa



En la vieja casa, libre ante mí 
diviso Praga entera a la redonda;
al fondo, silencioso y quedo el paso, 
pasa de largo la hora honda del crepúsculo. 

La ciudad se desvanece como detrás de una luna. 
Alta sólo, al modo de un gigante empenachado, 
se alza ante mí la cúpula verdosa 
de la Torre de San Nicolás. 

Ya parpadea aquí y allá una luz 
lejana sobre el denso fragor ciudadano.
Para mí es como si en la vieja casa 
ahora una voz me dijera “Amén”.

Rainer María Rilke.
Ofrenda a los lares, 1895.

jueves, 10 de enero de 2013

Belleza en el horizonte

Fuente: Carlos Goñi en Arvo.net

No me extraña que para Alexander Blok el arte fuera «el presentimiento de la verdad» y para André Forssard, «una mentira que dice la verdad».

En la antigüedad, arte era sinónimo de técnica (tekne, en griego, y ars en latín) y comprendía todos los procedimientos llevados a cabo para conseguir un fin práctico, así se hablaba del arte de construir, de navegar, de escribir, del arte de la guerra, de la caza, etc. Nosotros, en cambio, reservamos el nombre de arte a la actividad técnica que busca la creación de belleza. Así, decimos que una obra de arte es un producto de la actividad humana con un carácter universal que tiene como valor principal la belleza. La búsqueda de la belleza hace que la obra producida por el artista supere su sentido meramente práctico y adquiera un carácter universal. Por ese motivo, la obra de arte propiamente no tiene ninguna utilidad práctica (como mucho, adorna) y puede ser disfrutada, en todo tiempo y lugar, por cualquier persona. A lo largo de la historia, el ser humano se ha servido de las creaciones artísticas como imprescindibles medios de comunicación. Siendo el arte un lenguaje universal, puede traspasar fronteras espacio temporales y llegar adonde no llegan otras manifestaciones culturales. Por eso, el bagaje artístico de un pueblo nos sirve para entender mejor su cultura, sus creencias, sus preocupaciones, sus proyectos, sus frustraciones, en fin, su forma de ver el mundo.


El arte es la capacidad que tiene el ser humano de crear obras bellas, que no solamente obedecen a leyes técnicas, sino, sobre todo, al genio creador del artista. La función del artista consiste en domesticar la materia para que en ella se exprese la belleza, para lo cual, muchas veces tendrá que dejar que la obra se desarrolle libremente, otras tendrá que asistir a la materia para que dé a luz la belleza que contiene en su interior. Miguel Ángel decía que cada trozo de mármol contiene una escultura y que el escultor sólo tiene que quitar la piedra sobrante. Esa domesticación de la materia quedó expresada en la inscripción que el ingeniero romano julio Cayo Lacer colocó en el puente de Alcántara: Ars ubi materia vincitur ipsa sua, es decir, artificio mediante el cual la materia se vence a sí misma.

La experiencia de muchos artistas pone de manifiesto que la obra de arte tiene una dinámica propia y que se asemeja a un ser vivo: nace y crece. El nacimiento se corresponde con la idea inicial (la inspiración) y el crecimiento con el trabajo del artista. Si resulta misteriosa la experiencia de la inspiración no lo es menos la del trabajo artístico. En lo más íntimo de su taller, el genio creador sabe que su trabajo consiste en dejarse sorprender por su propia creación. Así, cuando la obra adquiere independencia, ya no pertenece propiamente al artista y pasa a formar parte del universo de las creaciones artísticas.

El proceso creador culmina con una obra que será no sólo un producto material, sino también un vehículo de expresión de sentimientos y un medio de comunicación de ideas, de educación y conocimiento.

Una característica esencial de una obra de arte es que, al contemplarla, se produce un goce estético. Todos hemos tenido alguna vez esta experiencia en la que descubrimos, como pensaba Kant, la huella del espíritu humano en los objetos bellos; mediante ella salimos, como decía Schopenhauer, de nosotros mismos y quedamos como extasiados, o simplemente sentimos placer al contemplarla.

El carácter experiencial del juicio estético ha dado lugar a entenderlo como un juicio meramente subjetivo. Es el sentido del dicho: «sobre gustos no hay nada escrito». Sin embargo, aunque el juicio estético contenga una buena dosis de subjetividad, eso no significa que no existan criterios objetivos para determinar si una obra es artística o no. Quizá «sobre gustos» sí haya mucho escrito, lo que pasa es que no lo hemos leído. Probablemente, un joven prefiera escuchar la última canción de su grupo favorito antes que una sinfonía de Beethoven, entonces, ¿por qué esta última se considera una obra de arte y aquella no? Quizá porque el juicio estético, aunque es subjetivo, contiene una cierta dosis de objetividad otorgada por la belleza.

Los filósofos que se han dedicado a estudiar las condiciones de posibilidad de la obra artística como actividad humana, así como los problemas que se derivan de ella: la comunicación artística, su valor, los diferentes lenguajes artísticos, etc., se pueden agrupar en dos grandes tendencias que entienden el arte de forma distinta: 
- El arte como medio de expresión: mediante su obra, el artista comunica sentimientos, emociones, ideas, desacuerdos, etc. 
- El arte como realización bella: la obra de arte no pretende expresar nada, sino solamente provocar un goce estético en quien la contempla.

Konstantin Korovin: Dos mujeres en la terraza, 1911.
Seguramente las dos teorías son compatibles, ya que nuestra experiencia estética tiene en cuenta tanto el elemento expresivo como el puramente formal. Es decir, hay obras que nos gustan por lo que comunican y hay otras que nos gustan por su belleza intrínseca.

Todos disponemos de sensibilidad estética, pero no todos somos críticos de arte. Descalificar una escultura, un cuadro, un poema o un edificio porque no nos gustan, resulta a veces precipitado. Si están considerados como obras de arte, lo mejor es que nos dispongamos a escuchar a los entendidos y a dejarnos formar nuestro juicio estético.

La filosofía del arte nos ofrece algunos indicadores para determinar si estamos o no ante una auténtica obra de arte. Estos indicadores son cuatro:

Primero: la obra de arte supone un hecho comunicativo, donde los papeles de emisor (artista) y receptor (público) no son intercambiables como ocurre en la comunicación habitual. Además, el arte no tiene barreras idiomáticas ni espacio temporales, como ya hemos dicho.

Segundo: la obra de arte es original y como tal debe sorprender al espectador. Ser original no es fácil, porque se debe contar siempre con que el público entienda el mismo código que utiliza el artista y a la vez salirse de él.

Tercero: la obra de arte guarda un equilibrio formal, es decir, por muy libre que sea, está sometida a ciertas normas de composición que se conocen como canon artístico. Si el canon es muy estricto se puede caer en el academicismo, con el riesgo de perder la originalidad.

Cuarto: la obra de arte expresa el talento del artista. De aquí surge una pregunta que nos hemos hecho muchas veces: ¿una producción adquiere el rango de obra de arte porque está hecha por un artista, o alguien es un artista porque crea obras de arte?

Las extravagantes manifestaciones artísticas de las últimas décadas nos pueden llevar a pensar que estamos presenciando el final del arte, el fin de la belleza. (...)
Si en nuestros días el hombre se encuentra desorientado es debido a que ha dado la espalda al resplandor de la verdad que es la belleza. En su poema Los versos, José Manuel Gutiérrez escribe: «Tan pequeños, los versos / guardan la Luz en sus bolsillos». 

En la medida en que el hombre sea capaz de recuperar esa luz, podrá volver a orientarse. Una vez más, en el arte, en la belleza, radica nuestra esperanza.