jueves, 21 de marzo de 2013

Soneto a las flores


Estas que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.



Este matiz que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!



A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecer florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.


Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y expiraron,
que pasados los siglos horas fueron.

Calderón de la Barca

miércoles, 20 de marzo de 2013

Oración de la luz


Señor: yo sé que en la mañana pura 
de este mundo, tu diestra generosa
hizo la luz antes que toda cosa 
porque todo tuviera su figura. 


Yo sé que se refleja la segura 
línea inmortal del lirio y de la rosa 
mejor que la embriagada y temerosa
 música de los vientos en la altura. 


Por eso yo celebro en el frío 
pensar exacto a la verdad sujeto 
y en la ribera sin temblor del río; 


por eso yo te adoro, mudo y quieto: 
y por eso, Señor, el dolor mío 
por llegar hasta Ti se hizo soneto.

José María Pemán

martes, 19 de marzo de 2013

José, un hombre corriente

Walter Rane: El taller de José.

Era José, decíamos, un artesano de Galilea, un hombre como tantos otros. Y ¿qué puede esperar de la vida un habitante de una aldea perdida, como era Nazaret? Sólo trabajo, todos los días, siempre con el mismo esfuerzo. Y, al acabar la jornada, una casa pobre y pequeña, para reponer las fuerzas y recomenzar al día siguiente la tarea (...). 


José era efectivamente un hombre corriente, en el que Dios se confió para obrar cosas grandes. Supo vivir, tal y como el Señor quería, todos y cada uno de los acontecimientos que compusieron su vida. Por eso, la Escritura Santa alaba a José, afirmando que era justo (Cfr. Mt I, 19.). Y, en el lenguaje hebreo, justo quiere decir piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la voluntad divina (Cfr. Gen VII, 1; XVIII, 23–32; Ez XVIII, 5 ss; Prv XII, 10.); otras veces significa bueno y caritativo con el prójimo (Cfr. Tob VII, 5; IX, 9.). En una palabra, el justo es el que ama a Dios y demuestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de sus hermanos, los demás hombres. 

(San Josemaría, Es Cristo que pasa, 40).

viernes, 15 de marzo de 2013

La Gloria de la Cruz

Texto de la primera homilía del Papa Francisco, la que la tarde posterior a su elección dirigió a los cardenales en la Capilla Sixtina

En estas tres lecturas veo que hay algo en común: es el movimiento. 
- En la primera lectura, el movimiento en el camino; 
- en la segunda lectura, el movimiento en la edificación de la Iglesia; 
- en la tercera, en el Evangelio, el movimiento en la confesión. 

Caminar, edificar, confesar. 

Caminar
«Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor» (Is 2,5). Ésta es la primera cosa que Dios ha dicho a Abrahán: camina en mi presencia y sé irreprochable. Caminar: nuestra vida es un camino y cuando nos paramos, algo no funciona. Caminar siempre, en presencia del Señor, a la luz del Señor, intentando vivir con aquella honradez que Dios pedía a Abrahán, en su promesa. 

Edificar
Edificar la Iglesia. Se habla de piedras: las piedras son consistentes; pero piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la Esposa de Cristo, sobre la piedra angular que es el mismo Señor. He aquí otro movimiento de nuestra vida: edificar. 

Tercero, confesar
Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor. Cuando no se camina, se está parado. ¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo. No es consistente. Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene a la memoria la frase de Léon Bloy: «Quien no reza al Señor, reza al diablo». Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio. 

Raúl Berzosa: Cristo Eucarístico.
Caminar, edificar, construir, confesar. Pero la cosa no es tan fácil, porque en el caminar, en el construir, en el confesar, a veces hay temblores, existen movimientos que no son precisamente movimientos del camino: son movimientos que nos hacen retroceder. 

Este Evangelio prosigue con una situación especial. El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: «eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Te sigo, pero no hablemos de cruz. Esto no tiene nada que ver. Te sigo de otra manera, sin la cruz». Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor

Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará. 

Deseo que el Espíritu Santo, por la plegaria de la Virgen, nuestra Madre, nos conceda a todos nosotros esta gracia: caminar, edificar, confesar a Jesucristo crucificado

Que así sea.

viernes, 8 de marzo de 2013

Mujer

Morgan Weistling: Besando el rostro de Dios.


Cuando la mujer mira a María, el mundo se humaniza; la humanidad se dignifica. No hay más. Ahí reside el secreto de la verdadera “liberalización de la mujer”.

Flaco favor nos ha hecho el  movimiento feminista histórico. Desde finales del siglo XVIII existe una lucha incesante por instaurar la idea de la mal llamada y mal entendida igualdad entre hombres y mujeres que hoy, a comienzos del siglo XXI, nos ha llevado a anular la esencia femenina. Hombres y mujeres somos iguales, sí, iguales en dignidad. En la dignidad que  nos confiere ser hijos de Dios. Y gracias a Él, distintos en muchos aspectos: físico, psicológico, biológico…

Si alguna institución es consciente del valor fundamental que tenemos las mujeres en la sociedad, esa es la Iglesia Católica. Jesús de Nazareth es el primero que da a la mujer el valor que se merece. Para empezar, de los infinitos modos que Dios podría haber elegido para  redimirnos, quiso hacerlo encarnándose en el vientre de una mujer.

Es en las mujeres en quién Jesús se apoya tantas veces, no hay más que leer los evangelios. Son las mujeres las que permanecen al pie de la cruz en el momento de la crucifixión. Y es a una mujer a quien primero le revela Jesús que ha resucitado. 

A lo largo de la historia tenemos cientos de ejemplos de instituciones cristianas cuyos miembros han dejado su vida en tierras de misión o zonas desfavorecidas, poniendo sus talentos y formación al servicio de la capacitación de la mujer para que puedan ser independientes social y económicamente. La formación es libertad.

En la Virgen María tenemos el modelo de mujer. Y el demonio lo sabe, por eso la odia, y de ahí el afán de destruir en nosotras todo lo que pueda hacernos similares a Ella. Corrientes culturales, el mundo de la moda, nos empujan a alejarnos de todo aquello que nos es intrínseco, haciéndonos caer por una pendiente, hasta el punto de que todo lo bueno y bello es denostado. Algunos incluso, llegan a utilizar la palabra Virgen como un insulto. Y la sociedad ha picado el anzuelo.  

Se nos ha pretendido engañar, ofreciendo como liberalizador la elección de tener o no hijos y el momento en que debe hacerse. Arrancando algo tan esencial a la mujer como es la maternidad. Políticas antinatalistas y cultura de muerte ofrecen como normal algo tan antinatural como es cegar la fuente de la vida o terminar con ella.
  
Hoy, que se celebra el día internacional de la mujer, y porque quiero ser verdaderamente libre, le pido a María, -nuestra Madre-, que todas sepamos parecernos a Ella.

© Pilar M-T Vidal.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Soneto LXIX

Walter Rane: Castidad.

Las partes que de ti ven los ojos del mundo
en nada el corazón las puede mejorar:
todas las lenguas -voces del alma- lo proclaman,
pues es la verdad pura, que hasta el rival admite.

Así, loas externas coronan tu exterior,
por eso las mismas lenguas, que te dan lo que es tuyo, 
emplean otro tono para anular tu elogio,
mirando más allá de lo que ve la vista.

Buscan dentro de ti la belleza de tu alma
y conjeturan que ésta se mide por tus hechos;
rústicas, pues, sus mentes, aunque amables sus ojos,
a tu flor bella añaden hedor de malas hierbas.

¿Pero por qué tu olor no iguala tu apariencia?
La culpa es de que creces en suelo comunal.

William Shakespeare.



lunes, 25 de febrero de 2013

Meditación


Yo te veo, Señor, en las montañas
que soberbias se miran en su altura,
dó reciben la luz con que las bañas,
antes que este hondo valle de tristura;

y en el último y lánguido reflejo,
que recogen del día moribundo,
cuando su altiva cumbre es el espejo
de las sombras que caen en el mundo;

y en su color azul y nieve fría
que oculta la preñez de los volcanes,
como encubre falaz hipocresía
de infame corazón pérfidos planes.


Que tú les das la niebla matutina
que se pierde por leve y vaporosa,
tú les enciendes llama que ilumina,
tú su cráter entibias y reposa.

Desataste en sus cimas y pendientes,
para calmar la sed de los mortales,
las cristalinas venas de las fuentes
y escondiste en su seno los metales.

Mas ellos ambicionan el tesoro
que previsión de un padre les encierra,
no pueden apagar la sed del oro
y rompen las entrañas de la tierra.

¡Metal de execración! ¡metal maldito,
cuya pálida luz cegó los ojos,
doró deformidades del delito
y alumbró los desórdenes y enojos!


Yo te veo, Señor, en los breñares
poblados de malezas muy bravías,
en los altos, difíciles lugares,
dó el águila renueva largos días,

el águila que es hija de los vientos,
con su nido que es campo de batalla,
lleno de los despojos más sangrientos
del vulgo de las aves que avasalla,

sombría como el sitio donde habita,
de furibundos ojos y de garras
duras como las peñas que visita,
corvas como moriscas cimitarras.


Que tú para cortar los aquilones
la fuerza muscular le diste en prenda;
te busca por las célicas regiones,
por eso mira al sol como a tu tienda.

Tú contaste sus plumas más ligeras,
como cuentas los árboles y frutos,
los átomos que cruzan las esferas,
y hasta la eternidad por sus minutos.


Yo te veo en el mar: en la ola verde,
azul, o sonrosada que camina,
que con orla de aljófares se pierde,
mientras otra más alta se avecina.

También cuando lo tienes en bonanza,
para el pequeño alción que a sus cristales
fía su hermosa prole y su esperanza,
mientras atas furiosos vendavales.


Y en el cetáceo enorme que entre hielos,
que muros de cristal pueden decirse,
alza dos ríos de agua hasta los cielos,
y agita el mar del norte al rebullirse;

que herido del arpón, iras alienta,
con su sangre las aguas enrojece,
y las pone agitadas en tormenta...
¡Tanto puede su mole que padece!

Tú le diste los mares por presea
donde tenga por lecho las bahías
el boreal y antártico pasea;
por abismos de espuma tú le guías.


Yo te veo, Señor, en el insecto
que busca en la camelia nido y casa,
con las galas de adorno tan perfecto
que unas púrpura son, otras son gasa;

y en el que enamorado de su pompa
se contempla en la fuente bulliciosa,
y en el que chupa almíbar con su trompa,
y en el que se adormece en una rosa;

y el que queda suspenso ante las ovas
mecido en equilibrio con las alas,
y al parecer les canta dulces trovas
que solo entiendes tú que a ti te igualas;

y en el reptil que turba ninfas puras,
que por su cauce nítido se alegra,
y el que por las musgosas hendiduras
asoma su cabeza verdinegra.


Tú has vestido de flores las colinas
cual nunca Salomón se engalanara,
cuando a ruego de hermosas concubinas
ídolos en los bosques adorara.

Tú has dado los aromas y canelas,
papagayos hermosos y parleros,
búfalos, elefantes y gacelas,
cedros, palmas, acacias, bananeros.


Que Tú eres el principio de ti mismo,
sin contar el origen de tus días,
grande en la inmensidad y en el abismo,
Dios de eternas venturas y alegrías.

Juan Arolas, 1805-1849.

domingo, 17 de febrero de 2013

Cinco cosas que una hija necesita escuchar de su padre

Daniel Darling, (pastor evangélico en Chicago y autor de diversos libros sobre cuestiones familiares)  es un "repetidor" en lo de tener hijas: de sus cuatro retoños, tres son niñas: "La mayor tiene ocho años y cada año que pasa desde que nació me hago más conservador en todo lo que se refiere a mis chicas. No soy un entusiasta de las armas, pero podría serlo si se trata de sentarme en el porche esperando al primero que se atreva a pedir una cita a mis hijas", bromea. Añade, "ya en serio": "Me gusta tener hijas. Hay algo en tener una niña que suaviza al hombre y añade a su alma una cierta ternura". Y es "en ese espíritu" con el cual señala en su blog "cinco cosas que toda hija necesita escuchar de su padre":

1. Eres guapa y te quiero. 
"Esto es algo que deberías decirle a tu hija al menos una vez al día y probablemente más. No soy psicólogo, pero las niñas que saben que sus padres les quieren crecen con mayor confianza y evitar buscar el amor en el lugar equivocado. Oír que son hermosas es un balón de oxígeno para el alma de tu hija. Hazlo a menudo de formas distintas y creativas".

2. Tu madre es guapa y la quiero
"El mejor regalo que le puedes hacer a tu hija es mostrarle cómo debe un hombre tratar a una mujer. Que vea en ti un modelo, aunque sea imperfecto, del amor que Dios hace nacer entre un hombre y una mujer. Dile a tu mujer todos los días que es hermosa, que la quieres y que te alegras de haberte casado con ella. Dile que te comprometes con ella para toda la vida. Y dile estas cosas de vez en cuando delante de tus hijos".

3. Perteneces a Dios y has sido creada para Su gloria
"A menudo las niñas sienten inseguridad sobre muchas cuestiones: su peso, su apariencia, sus amigos... En ocasiones pueden sentirse poco importantes o poco apreciadas, incluso en un hogar donde reina el amor. Por eso tú, como padre, tienes que recordarle a menudo que son criaturas especiales formadas amorosamente por el Creador a Su imagen y semejanza". 
Darling invita a que tengan siempre en cuenta al salmista ("Te doy gracias por tan grandes maravillas: prodigio soy, prodigio son tus obras", Sal 139, 14) para que esa idea "esté interiorizada por tus hijas cuando lleguen los momentos de duda". 
  
4. Eres perdonada. 
"Tu hija desordenará su vida, pecará, te disgustará... Y si no sitúas la buena nueva del Evangelio como centro de tu familia, puede crecer pensando sin saber qué hacer con sus pecados. Instrúyela en la práctica del arrepentimiento y el perdón: el arrepentimiento de sus pecados y el perdón de los ajenos. Que sepa que Jesús siempre está dispuesto a ofrecer su gracia y debe estar dispuesta a recibirla y a aplicarla a quienes le hagan mal a ella". 

5. Vales mucho. 
"No dejes que tu hija consuma el veneno de la cultura que mide el valor de una mujer por su independencia o su habilidad para deshacerse libremente de su pureza. Que ni por un momento se trague la mentira de que la libertad sexual es algo distinto a una esclavitud de la peor especie, el instrumento del enemigo para arrebatarle la creatividad, la belleza y la finalidad para la que fue creada. Enséñale qué buscar en un hombre (una pista: no lo que se ve en la tele). Asegúrate de que es consciente de la hermosura de la imagen pintada por el Creador. Su autoestima y el sentido de su propio valor están ligados a su llamada especial a ser hija de Dios".

viernes, 15 de febrero de 2013

¿Dónde están tus amigos?

Carl Heinrich Bloch, (1834-1890): Mofándose de Jesús.

Está para pronunciarse la sentencia. Pilatos se burla: ecce rex vester! (Ioh XIX,14). 
Los pontífices responden enfurecidos: no tenemos rey, sino a César (Ioh XIX,15). 
¡Señor!, ¿dónde están tus amigos?, ¿dónde, tus súbditos? Te han dejado. Es una desbandada que dura veinte siglos... Huimos todos de la Cruz, de tu Santa Cruz. 
Sangre, congoja, soledad y una insaciable hambre de almas... son el cortejo de tu realeza.

(San Josemaría, Vía crucis, I estación, 4)

miércoles, 13 de febrero de 2013

Merecido aplauso

En varias ocasiones ha recordado Benedicto XVI que los aplausos en la celebración de la Eucaristía entorpecen la liturgia y desvían la atención de lo fundamental, que es la conmemoración del sacrifico incruento de Cristo en la cruz. Pero hoy, ha sido inevitable que miles de personas que abarrotaban la Basílica de san Pedro estallasen en aplausos tras las emocionadas palabras de agradecimiento que el Cardenal Bertone ha dirigido al Santo Padre al finalizar la Misa del Miércoles de ceniza.




Homilía pronunciada por el santo Padre:

¡Venerados hermanos, queridos hermanos y hermanas!:

Hoy, Miércoles de Ceniza, iniciamos un nuevo camino cuaresmal, un camino que se desgrana a lo largo de cuarenta días y nos conduce a la alegría de la Pascua del Señor, a la victoria de la Vida sobre la muerte. Siguiendo la antiquísima tradición romana de las estaciones cuaresmales, nos hemos reunido para la celebración de la Eucaristía
Tal tradición prevé que la primera estación tenga lugar en la Basílica de Santa Sabina sobre la colina del Aventino. Las circunstancias han sugerido reunirse en la Basílica Vaticana

Esta tarde somos numerosos en torno a la tumba del apóstol también para pedir su intercesión para el camino de la Iglesia en este particular momento, renovando nuestra fe en el Pastor Supremo, Cristo Señor
Para mí es una ocasión propicia para dar las gracias a todos, especialmente a los fieles de la Diócesis de Roma, mientas me dispongo a concluir el ministerio petrino, y para pedir un especial recuerdo en la oración. 

Las lecturas que han sido proclamadas nos ofrecen puntos que, con la gracia de Dios, estamos llamados a convertirse en actitudes y comportamientos concretos en esta Cuaresma. La Iglesia nos vuelve a proponer, sobre todo, el fuerte llamado que el profeta Joel dirige al pueblo de Israel: «Así dice el Señor: volvéos a mí con todo el corazón, con ayunos, con llantos y lamentos» (2,12). Hay que subrayar la expresión «con todo el corazón», que significa desde el centro de nuestros pensamientos y sentimientos, de las raíces de nuestras decisiones, opciones y acciones, con un gesto de total y radical libertad. ¿Pero es posible esto retorno a Dios? Sí, porque hay una fuerza que no reside en nuestro corazón sino que mana del mismo corazón de Dios. Es la fuerza de su misericordia. 

Dice todavía el profeta: «Volved al Señor, vuestro Dios, porque Él es misericordioso y piadoso, lento a la ira, de gran amor, pronto a arrepentirse ante el mal» (v.13). La vuelta al Señor es posible como ‘gracia’, porque es obra de Dios y fruto de la fe que nosotros depositamos en su misericordia. Pero este volver a Dios se hace realidad concreta en nuestra vida sólo cuando la gracia del Señor penetra en lo profundo y lo sacude donándonos la fuerza de «lacerar el corazón». 

Es el profeta una vez más que hace resonar da parte de Dios estas palabras: "Rasgad los corazones, no las vestiduras" (v.13). En efecto, también en nuestros días, muchos están listos para "rasgarse las vestiduras" ante escándalos e injusticias –cometidas naturalmente por otros–, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre el propio “corazón”, sobre la propia conciencia y sobre las propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta. Aquel "convertíos a mí de todo corazón", es una llamada que no solo implica al individuo, sino a la comunidad. 

Hemos escuchado siempre en la primera Lectura: "Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión; congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a muchachos y niños de pecho; salga el esposo de la alcoba" (vv.15-16). La dimensión comunitaria es un elemento esencial en la fe y en la vida cristiana. Cristo ha venido "para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Cfr. Jn 11, 52). 
El "Nosotros" de la Iglesia es la comunidad en la que Jesús nos reúne (Cfr. Jn 12, 32): la fe es necesariamente eclesial. Y esto es importante recordarlo y vivirlo en este tiempo de la Cuaresma: que cada uno sea consiente que el camino penitencial no lo enfrenta solo, sino junto a tantos hermanos y hermanas, en la Iglesia

 El profeta, en fin, se detiene sobre la oración de los sacerdotes, los cuales, con los ojos llenos de lágrimas, se dirigen a Dios diciendo: "¡No entregues tu herencia al oprobio, y que las naciones no se burlen de ella! ¿Por qué se ha de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?" (v.17). 
Esta oración nos hace reflexionar sobre la importancia del testimonio de fe y de vida cristiana de cada uno y de nuestras comunidades para manifestar el rostro de la Iglesia y cómo, algunas veces este rostro es desfigurado. Pienso, en particular, en las culpas contra la unidad de la Iglesia, en las divisiones en el cuerpo eclesial. 

Vivir la Cuaresma en una comunión eclesial más intensa y evidente, superando individualismos y rivalidades, es un signo humilde y precioso para los que están alejados de la fe o los indiferentes. "¡Éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación!" (2 Co 6, 2). 

Las palabras del apóstol Pablo a los cristianos de Corinto resuenan también para nosotros con una urgencia que no admite omisiones o inercias. El término “éste” repetido tantas veces dice que este momento non se debe dejar escapar, se nos ofrece como ocasión única e irrepetible. Y la mirada del Apóstol se concentra en el compartir, con el que Cristo ha querido caracterizar su existencia, asumiendo todo lo humano hasta hacerse cargo del mismo pecado de los hombres. La frase de san Pablo es muy fuerte: Dio "Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro"

Jesús, el inocente, el Santo, «Aquél que no conoció el pecado" (2 Co 5, 21), asume el peso del pecado compartiendo con la humanidad el resultado de la muerte, y de la muerte en la cruz. La reconciliación que se nos ofrece ha tenido un precio altísimo, el de la cruz levantada en el Gólgota, donde fue colgado el Hijo de Dios hecho hombre. En esta inmersión de Dios en el sufrimiento humano en el abismo del mal está la raíz de nuestra justificación. 

El "volver a Dios con todo nuestro corazón" en nuestro camino cuaresmal pasa a través de la Cruz, el seguir a Cristo por el camino que conduce al Calvario, al don total de sí. Es un camino en el cual debemos aprender cada día a salir cada vez más de nuestro egoísmo y de nuestro ensimismamiento, para dejar espacio a Dios que abre y transforma el corazón. Y san Pablo recuerda que el anuncio de la Cruz resuena también para nosotros gracias a la predicación de la Palabra, de la que el mismo Apóstol es embajador; un llamado para nosotros, para que este camino cuaresmal se caracterice por una escucha más atenta y asidua de la Palabra de Dios, luz que ilumina nuestros pasos. 
En la página del Evangelio de Mateo, del llamado Sermón de la Montaña, Jesús se refiere a tres prácticas fundamentales previstas por la Ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno; son también indicadores tradicionales en el camino cuaresmal para responder a la invitación de "volver a Dios de todo corazón". Pero Jesús subraya que la calidad y la verdad de la relación con Dios son las que califican la autenticidad de todo gesto religioso.
Por ello Él denuncia la hipocresía religiosa, el comportamiento que quiere aparentar, las conductas que buscan aplausos y aprobación. El verdadero discípulo no se sirve a sí mismo o al “público”, sino a su Señor, en la sencillez y en la generosidad: "Y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6,4.6.18). 

Nuestro testimonio, entonces, será más incisivo cuando menos busquemos nuestra gloria y seremos conscientes de que la recompensa del justo es Dios mismo, el estar unidos a Él, aquí abajo, en el camino de la fe, y al final de la vida, en la paz y en la luz del encuentro cara a cara con Él para siempre (Cfr. 1 Co 13, 12). 

Queridos hermanos y hermanas, comencemos confiados y alegres este itinerario cuaresmal. Que resuene fuerte en nosotros la invitación a la conversión, a "volver a Dios de todo corazón", acogiendo su gracia que nos hace hombres nuevos, con aquella sorprendente novedad que es participación en la vida misma de Jesús. Nadie, por lo tanto, haga oídos sordos a esta llamada, que se nos dirige también en el austero rito, tan sencillo y al mismo tiempo tan sugestivo, de la imposición de las cenizas, que realizaremos dentro de poco.

¡Que nos acompañe en este tiempo la Virgen María, Madre de la Iglesia y modelo de todo auténtico discípulo del Señor! 

¡Amén!