sábado, 2 de febrero de 2013

Cántico de Simeón

He aquí, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre era justo y piadoso; esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba sobre él. A él le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes que viera al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, entró en el templo; y cuando los padres trajeron al niño Jesús para hacer con él conforme a la costumbre de la ley, Simeón le tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

Rembrandt: Presentación de Jesús en el templo.

Ahora, Señor, según tu promesa, 
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador, 
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones 
y gloria de tu pueblo Israel. 
  
(Lc 2, 25-32)

Aert de Gelder, (1645–1727): Cántico de Simeón.

viernes, 1 de febrero de 2013

La conversión de Paul Claudel

"El hombre se forma interiormente con el ejercicio y se forja respecto a lo exterior mediante choques", (Art poétique). Estas palabras de Paul Claudel definen admirablemente lo que fue la esencia de la vida de este gran poeta y dramaturgo francés. En ellas está fijada su trayectoria vital en toda su síntesis y profundidad.

Claudel luchó durante su existencia en la búsqueda de su verdadera vida, pero también fue la misma vida la que le golpeó encaminándole por sendas y cimas que jamás hubiera alcanzado por su propio pie.

Nació en 1868. Licenciado en Derecho y en Ciencias Políticas, después empezó la carrera diplomática, representando a su país brillantemente por todo el mundo.
Hijo de un funcionario y de una campesina, fue el más pequeño de una familia compuesta por dos hermanas más. Un ambiente familiar muy frío le lleva a replegarse sobre sí mismo y, como consecuencia, a iniciarse en la creación poética. 

También incidirá con fuerza en su espíritu el ambiente materialista y ateo de Francia en su época. Las lecturas de Renan, Zola.,y especialmente su paso por el liceo Louis-le-Grand y la visión de la muerte de su abuelo, crean en él un estado de angustia en el que la única certeza es la de la nada en el más allá. Allí se hunde en el pesimismo y la rebeldía.
En medio de ese aire enrarecido y de esa ausencia de horizontes, el joven Claudel busca aire desesperadamente: le llegan bocanadas en la música de Beethoven, y de Wagner, en la poesía de Esquilo, Shakespeare, Baudelaire; y, de repente, la luz de Arthur Rimbaud, un espíritu hermano del suyo, pero que le abría inmensas perspectivas a su vida más profunda y personal que hasta ese momento desconocía. Pero su habitual estado de ahogo y desesperación continuó siendo el mismo.

En la Navidad de 1886 un acontecimiento cambiará su vida. Él mismo narrará, veintisiete años después, lo sucedido:


Piedad de Notre Dame de París


"Así era el desgraciado muchacho que el 25 de diciembre de 1886, fue a Notre-Dame de París para asistir a los oficios de Navidad. Entonces empezaba a escribir y me parecía que en las ceremonias católicas, consideradas con un diletantismo superior, encontraría un estimulante apropiado y la materia para algunos ejercicios decadentes. Con esta disposición de ánimo, apretujado y empujado por la muchedumbre, asistía, con un placer mediocre, a la Misa mayor. Después, como no tenía otra cosa que hacer, volví a las vísperas. Los niños del coro vestidos de blanco y los alumnos del pequeño seminario de Saint-Nicholas-du-Cardonet que les acompañaban, estaban cantando lo que después supe que era el Magnificat. Yo estaba de pie entre la muchedumbre, cerca del segundo pilar a la entrada del coro, a la derecha del lado de la sacristía.

Entonces fue cuando se produjo el acontecimiento que ha dominado toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certidumbre que no dejaba lugar a ninguna clase de duda, que después, todos los libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada vida, no han podido sacudir mi fe, ni, a decir verdad, tocarla. De repente tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios, de una verdadera revelación inefable. Al intentar, como he hecho muchas veces, reconstruir los minutos que siguieron a este instante extraordinario, encuentro los siguientes elementos que, sin embargo, formaban un único destello, una única arma, de la que la divina Providencia se servía para alcanzar y abrir finalmente el corazón de un pobre niño desesperado: "¡Qué feliz es la gente que cree! ¿Si fuera verdad? ¡Es verdad! ¡Dios existe, está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! ¡Me ama! ¡Me llama!". Las lágrimas y los sollozos acudieron a mí y el canto tan tierno del Adeste aumentaba mi emoción.


Notre Dame de París

¡Dulce emoción en la que, sin embargo, se mezclaba un sentimiento de miedo y casi de horror ya que mis convicciones filosóficas permanecían intactas! Dios las había dejado desdeñosamente allí donde estaban y yo no veía que pudiera cambiarlas en nada. La religión católica seguía pareciéndome el mismo tesoro de absurdas anécdotas. Sus sacerdotes y fieles me inspiraban la misma aversión, que llegaba hasta el odio y hasta el asco. 

El edificio de mis opiniones y de mis conocimientos permanecía en pie y yo no le encontraba ningún defecto. Lo que había sucedido simplemente es que había salido de él. Un ser nuevo y formidable, con terribles exigencias para el joven y el artista que era yo, se había revelado, y me sentía incapaz de ponerme de acuerdo con nada de lo que me rodeaba. La única comparación que soy capaz de encontrar, para expresar ese estado de desorden completo en que me encontraba, es la de un hombre al que de un tirón le hubieran arrancado de golpe la piel para plantarla en otro cuerpo extraño, en medio de un mundo desconocido. Lo que para mis opiniones y mis gustos era lo más repugnante, resultaba ser, sin embargo, lo verdadero, aquello a lo que de buen o mal grado tenía que acomodarme. ¡Ah! ¡Al menos no sería sin que yo tratara de oponer toda la resistencia posible!

Esta resistencia duró cuatro años. Me atrevo a decir que realicé una defensa valiente. Y la lucha fue leal y completa. Nada se omitió. Utilicé todos los medios de resistencia imaginables y tuve que abandonar, una tras otra, las armas que de nada me servían. 
Esta fue la gran crisis de mi existencia, esta agonía del pensamiento sobre la que Arthur Rimbaud escribió: 

"El combate espiritual es tan brutal como las batallas entre los hombres. ¡Dura noche!". Los jóvenes que abandonan tan fácilmente la fe, no saben lo que cuesta reencontrarla y a precio de qué torturas. El pensamiento del infierno, el pensamiento también de todas las bellezas y de todos los gozos a los que tendría que renunciar -así lo pensaba- si volvía a la verdad, me retraían de todo.

Pero, en fin, la misma noche de ese memorable día de Navidad, después de regresar a mi casa por las calles lluviosas que me parecían ahora tan extrañas, tomé una Biblia protestante que una amiga alemana había regalado en cierta ocasión a mi hermana Camille. Por primera vez escuché el acento de esa voz tan dulce y a la vez tan inflexible de la Sagrada Escritura, que ya nunca ha dejado de resonar en mi corazón. Yo sólo conocía por Renan la historia de Jesús y, fiándome de la palabra de ese impostor, ignoraba incluso que se hubiera declarado Hijo de Dios. Cada palabra, cada línea, desmentía, con una majestuosa simplicidad, las impúdicas afirmaciones del apóstata y me abrían los ojos. Cierto, lo reconocía con el Centurión, sí, Jesús era el Hijo de Dios. Era a mí, a Paul, entre todos, a quien se dirigía y prometía su amor. Pero al mismo tiempo, si yo no le seguía, no me dejaba otra alternativa que la condenación. ¡Ah!, no necesitaba que nadie me explicara qué era el Infierno, pues en él había pasado yo mi "temporada". Esas pocas horas me bastaron para enseñarme que el Infierno está allí donde no está Jesucristo. ¿Y qué me importaba el resto del mundo después de este ser nuevo y prodigioso que acababa de revelárseme?" (Ma conversion. 10-13.)

Una carta de 1904 a Gabriel Frizeau demuestra que el recuerdo de ese instante de Navidad estaba ya fijado entonces: 

"Asistía a vísperas en Notre-Dame, y escuchando el Magnificat tuve la revelación de un Dios que me tendía los brazos".
"Así hablaba en mí el hombre nuevo. Pero el viejo resistía con todas sus fuerzas y no quería entregarse a esta nueva vida que se abría ante él. ¿Debo confesarlo? El sentimiento que más me impedía manifestar mi convicción era el respeto humano. El pensamiento de revelar a todos mi conversión y decírselo a mis padres... manifestarme como uno de los tan ridiculizados católicos, me producía un sudor frío. Y, de momento, me sublevaba, incluso, la violencia que se me había hecho. Pero sentía sobre mí una mano firme.
No conocía un solo sacerdote. No tenía un solo amigo católico. (...) Pero el gran libro que se me abrió y en el que hice mis estudios, fue la Iglesia. ¡Sea eternamente alabada esta Madre grande y majestuosa, en cuyo regazo lo he aprendido todo!".

Paul-André Lesort: Claudel visto por sí mismo.

martes, 29 de enero de 2013

Jardín de invierno


Llega el invierno. Espléndido dictado
me dan las lentas hojas
vestidas de silencio y amarillo.

Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno.


Creció el rumor del mundo en el follaje,
ardió después el trigo constelado
por flores rojas como quemaduras,
luego llegó el otoño a establecer
la escritura del vino:
todo pasó, fue cielo pasajero
la copa del estío,
y se apagó la nube navegante.

Yo esperé en el balcón tan enlutado,
como ayer con las yedras de mi infancia,
que la tierra extendiera
sus alas en mi amor deshabitado.


Yo supe que la rosa caería
y el hueso del durazno transitorio
volvería a dormir y a germinar:
y me embriagué con la copa del aire
hasta que todo el mar se hizo nocturno
y el arrebol se convirtió en ceniza.

La tierra vive ahora
tranquilizando su interrogatorio,
extendida la piel de su silencio.


Yo vuelvo a ser ahora
el taciturno que llegó de lejos
envuelto en lluvia fría y en campanas:
debo a la muerte pura de la tierra
la voluntad de mis germinaciones.

Pablo Neruda


domingo, 27 de enero de 2013

Hoy nació el genio

El 27 de enero de 1756 venía al mundo Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, (Wolfy para los amigos). Así que no puedo dejar pasar esta fecha sin un recuerdo para uno de los más grandes de la historia de la música.





sábado, 26 de enero de 2013

Sol de invierno

Joaquín Sorolla: Jardín de invierno.


Es mediodía. Un parque.

Invierno. Blancas sendas;

simétricos montículos

y ramas esqueléticas.

Corinne Quibel


Bajo el invernadero,

naranjos en maceta,

y en su tonel, pintado

de verde, la palmera.

Konstantin Andreyevich Ukhtomsky


Un viejecillo dice,

para su capa vieja:

«¡El sol, esta hermosura

de sol!…» Los niños juegan.

Winslow Homer, 1872.


El agua de la fuente

resbala, corre y sueña

lamiendo, casi muda,

la verdinosa piedra.

Antonio Machado

Joaquín Sorolla: Reflejos en la fuente.

jueves, 24 de enero de 2013

Uno de nosotros


La Iniciativa Ciudadana Europea contraria al aborto One of us era recientemente legitimada por la Comisión Europea. De la misma manera, el pasado viernes, 18 de enero, se presentaba en la Oficina del Parlamento Europeo en Madrid la rama española de Uno de nosotros.

El objetivo principal de esta iniciativa es la defensa de la vida y la dignidad de todo ser humano ya desde su etapa vital como embrión. "No hay otra iniciativa ahora más importante y necesaria", aseguró en la presentación Alicia Latorre, presidenta de la Federación Española de Asociaciones Provida.

Para conseguirlo, se trabaja activamente para conseguir la recogida de al menos un millón de firmas en Europa para reclamar a la Unión Europea esa defensa de la dignidad, el derecho a la vida y la integridad de todo ser humano.

De hecho, ya hay comités de Uno de Nosotros organizando la recogida en 25 de los 27 países de la Unión Europea, y pronto los habrá en todos ellos.

La Iniciativa Ciudadana es un instrumento legislativo novedoso en la Unión Europea. En la actualidad hay siete "iniciativas ciudadanas europeas" en marcha en el continente, sobre temas muy diversos, y una de ellas es Uno de nosotros.

El plazo para la recogida de firmas se extiende hasta el 1 de noviembre de 2013 y se puede firmar a través de la propia web en internet. Sólo pueden firmar ciudadanos de la Unión Europea mayores de 18 años.

domingo, 20 de enero de 2013

20 años sin Audrey


De origen anglo-holandés, hija de la Baronesa Ella van Heenstra y Joseph Victor Henry Ruston, un financiero irlandés. Vivió sus primeros años en Holanda, pero tras el divorcio de sus padres en 1938 se trasladó a Londres. Allí estudiará danza y arte dramático en la Marie Rambert School

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, tuvo que regresar a Holanda pero con el fin del conflicto vuelve a tierras británicas donde comienza a trabajar como modelo y poco después como actriz teatral. 

Su primer contacto con el cine (1948) le sirvió para adquirir experiencia y para poder presentarse con éxito en Broadway. Antes de triunfar en el mercado norteamericano con la Paramount, rodó un mínimo de seis películas en Inglaterra y ya en 1952 William Wyler le ofreció protagonizar la deliciosa comedia Vacaciones en Roma, cinta que la convirtió en una verdadera estrella. Gracias a esta película obtuvo su primer Oscar como mejor actriz y, lo que es más importante, conquistó al público americano por su belleza y elegancia. 

Su largo currículum cinematográfico destaca por la calidad de películas como Desayuno con diamantes (1961, de Blake Edwards), Charada (1963, de Stanley Donen), Sola en la oscuridad (1967, de Terence Young). En un registro más dramático, Historia de una monja (1959, de Fred Zinneman). 

En 1954 se casó con el actor Mel Ferrer, con quien tuvo a su hijo Sean, y del que se divorció en 1968. Un año después volvió a casarse, esta vez con el doctor Andrea Dotti, un matrimonio que duraría hasta 1976 y del que nacería su segundo hijo Luca Andrea
Sus últimos años los pasó acompañada de Robert Wolders.





Estuvo nominada al Oscar como mejor actriz en cuatro ocasiones más, por Sabrina en 1954, Historia de una monja en 1959, Desayuno con diamantes en 1961 y por Sola en la oscuridad en 1967. Fué esta última película la que marcó su retirada de la gran pantalla a la que regresaría juanto a Sean Connery en 1976 para rodar Robin y Marian.

Pero no sólo serían los galardones norteamericanos los que formalizarán la reconocida calidad de Audrey, de hecho en 1958 logró el premio a la mejor actriz en el Festival de San Sebastián y el Bafta Británico en la misma categoría por Historia de una monja (Repetiría este premio en 1963 por Charada). 

También protagonizó inolvidables musicales, como Funny face, junto a Fred Astaire. Pero sobre todo, merece mención especial My Fair lady, basada en la obra Pigmalión de  George Bernard Shaw, junto a Rex Harrisson, dirigidos por George Cukor en 1964.

En Somalia, 1992
Desde que fue nombrada en 1988 embajadora de UNICEF, Audrey Hepburn se dedicó por completo a su labor humanitaria (sólo hemos de recordar que la actriz viajó a Somalia poco tiempo antes de que le diagnosticaran el cáncer de colon que acabó con su vida). 

En 1993, meses después de su muerte, la Academia de las Artes y Ciencias cinematográficas de Hollywood le concedió un Oscar humanitario Jean Hersholt por su labor como embajadora permanente de UNICEF

Ella aportó al cine un encanto nuevo. Su elegancia traspasó la pantalla convirténdose en icono de moda. Además aportó, bajo su aparente fragilidad, una voluntad de hierro y una inteligencia que le permitieron mantener el brillo y encanto de la juventud.

Audrey Hepburn y George Peppard. Desayuno con diamantes, (1961). Blake Edwards.
A pesar del paso del tiempo, no han sido pocos los diseñadores que se han inspirado en ella para sus creaciones. Míticos fueron los diseños creados por Edith Head para ella en muchas de sus películas. Como también lo fueron los de Hubert de Givenchy, con quien mantuvo una buena amistad.  Pero también lució como nadie los modelos de Saint Laurent y Valentino.
Su imagen elegante y distinguida, se alejaba de la exhuberancia de las actrices tan de moda en los 50, como Marilyn, y no por ello dajó de ser hiper femenina.

Givenchy vistiendo a Audrey Hepburn
Encantadora la vemos en Love in the afternoon (1957), junto a Maurice Chevalier y Gary Cooper.
Por muchos años que pasen, la estela de Audrey siempre permanece.




Como Eliza Doolittle en My fair lady